Diario de Mallorca

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Quería terciar, con la mayor voluntad de compromiso y diálogo posibles, en el feo asunto que ha saltado a los medios con motivo del proyecto del Departamento de Filosofía de la UIB de sustituir en su plan de estudios una supuesta Antropología Física por otra Filosófica. Conozco muy bien el contexto del problema porque fui yo quien, en el año 1975, dependientes como éramos de la Universitat de Barcelona, se me nombró profesor para impartir en Palma la Antropología. Fui a ver al catedrático de entonces de la UB, Claudio Esteva Fabregat, quien me dijo que el contenido de la asignatura debía ser de Antropología Cultural. Me permití disentir con el argumento de que, en las universidades más prestigiosas del planeta, se daba Antropología como un todo que incluía aproximaciones culturales, físicas y filosóficas. Jamás se planteó, pues, una Antropología Física a secas. Pero no le convencí y me echó de su despacho diciéndome que hiciese lo que me diera la gana sin volver jamás por allí. Lo que hice fue multiplicar las asignaturas, aprovechando mis cargos de decano y de director del departamento, añadiendo a la Antropología global -con un trasfondo evolutivo- otra cultural (que se llamó Antropología II e impartió desde su comienzo el profesor Alexandre Miquel). Por entonces el aspecto más interesante de la filosofía del ser humano era la posibilidad de resolver el dualismo planteado por Descartes en el siglo XVII estudiando a fondo la relación mente/cerebro. La asignatura de Filosofía de la mente, optativa, se planteó ese objetivo a partir de las propuestas de los dos grandes filósofos que habían abierto el pastel del funcionalismo computacional: Hillary Putnam y Noam Chomsky. Cuando dejé de dar esa asignatura, quedó en manos de la profesora Lucrecia Burges.

De acuerdo con la idea de lo que es una universidad actual, pusimos en marcha un programa de investigación ligado a las distintas antropologías, cosa que le supuso a la UIB publicar en 2004 el primer estudio en todo el mundo de localización de un área cerebral relacionada con la estética. En 2009 se pusieron de manifiesto por primera vez las diferencias hemisféricas del cerebro de mujeres y hombres al percibir la belleza. En 2013, nuestra universidad lideró el primer trabajo que establecía las redes cerebrales en el juicio estético. Los estudios aparecieron en el PNAS, la tercera revista más importante del mundo, y todo eso se hizo desde los departamentos de Filosofía y Psicología, aunque en colaboración con universidades como la Complutense, la Politécnica de Madrid y la de California.

¿Tiene sentido tirar por la borda ese enorme bagaje de excelencia apostando por enseñar sólo una parte de la Antropología que, por necesidad, se tendrá que limitar a lo que dijeron a lo largo de la Historia los pensadores de siglos pasados? Espero que, por el bien de la UIB; de sus profesores y sus alumnos, se encuentre una solución mejor. Que no sólo existe sino que sigue siendo la propia de las universidades de mayor prestigio del mundo.

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