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De 'True Detective' y nosotros

Quien crea que la primera temporada de True Detective -es decir, la buena- ha tenido dos secuelas norteamericanas -la segunda (plúmbea) y la que emite actualmente Movistar- está muy equivocado. Las dos verdaderas secuelas de True Detective han sido españolas. La primera fue la película La isla mínima, que transcurría en las marismas del Guadalquivir, entre asesinatos y misterios y una luz -cruda y pastel a un tiempo- que también procedía de la técnica empleada en True Detective. La segunda la ha estrenado hace pocos días Movistar -como producción propia- y se titula El embarcadero. Si no la han visto, no se la pierdan, que vale la pena.

Si Movistar -por muchos elogios que recibiera- fracasó en La peste, aquí triunfa plenamente, al menos hasta el capítulo 7 (y tiene ocho). No puedo contársela -sería una faena- ni hacer spoilers que agüen la fiesta: tengo una amiga que nos martiriza a todos narrando más de lo que debería y sé lo fastidioso que resulta. Pero sí decir que El embarcadero narra la historia de un amor a tres bandas -hombre desaparecido, su mujer y su amante- y que parte de ella -la más importante- transcurre en el paisaje de la Albufera valenciana, bajo parecida luz que el paisaje sureño de True Detective y cierto eco ibicenco. También hay un crimen y distintos misterios. Pero sobre todo hay la reconstrucción de ese amor a tres y su misterio encerrado, también. Con una protagonista -la amante, encarnada por la actriz Irene Arcos-, que está espléndida en un papel lleno de generosidad, ternura y desprendimiento. Y entre esa reconstrucción que hace la esposa engañada, ingenua y entregada; las impecables teorías de su resentida madre (que es escritora); los consejos de la amiga (un papel fantástico de Marta Milans) y la luminosa claridad de la amante, late un breve tratado sobre las formas del amor. El protagonista masculino es un mero conductor pasivo en un relato donde las mujeres lo son todo y nada queda apenas para los hombres, meros comparsas y poco más. Ocurre a menudo en la vida.

No he visto La casa de papel, que tanto éxito ha cosechado, pero los directores/guionistas de El embarcadero creo que son los mismos y ahí hay mucha materia gris. Pero los productores -imagino que son ellos- en la ambición que despierta la obra bien hecha, han pretendido estirarla a partir del penúltimo capítulo y casi todo se desmadra para mal, con la pretensión de realizar una segunda parte, olvidando el tan viejo como acertado dicho de que nunca segundas partes... (a no ser que te llames Miguel de Cervantes). La codicia -no sólo la económica- suele romper el saco y una serie que demuestra lo bien que se pueden hacer y se hacen aquí las cosas si se quiere, acaba -sin acabar- con la misma arritmia y desmadeje que tiene sumido al país desde hace tiempo. Una pena, aunque, repito, valga la pena -y mucho- verla. Por cierto: la belleza de la Albufera, de esa Albufera en su luz, es magnífica: casi tanto como la del amor y la independencia que representa Irene Arcos.

Pero sus autores, a medida que se llega al aparente final, parecen empeñados en resaltar lo que en la trama amorosa queda en lugar secundario. O sea, el crimen y su misterio. Ante la derrota de ese misterio frente al poderoso misterio del amor, Movistar retoma a partir del capítulo 7 el oscuro lado True Detective y aparca el, digamos, lado Truffaut pasado por un anuncio veraniego de cerveza. Sí, El embarcadero también pertenece a la serie Mediterráneamente que tanto éxito ha tenido en estos últimos años. Tanto que al llegar junio la cerveza es la excusa y el objeto de deseo su publicidad televisiva. Pues eso le ocurre también a El embarcadero a partir del 7: que la verdadera historia, la que nos mantiene frente al televisor -el amor-, se aparca casi para que resurja la del crimen -¿suicidio o asesinato?- y tomando fuerza nos conduzca hasta situaciones disparatadas que alejan a la ficción de su realismo, poniéndola en manos de cierta vulgaridad bastante más habitual que lo que habíamos visto -mucho y bueno: aunque no haya que olvidar que hablamos de televisión- hasta ese momento . Con lo bien que habría quedado con una sola temporada.

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