La política no puede vivir de espaldas al pasado. En 2010, España sufría su peor crisis económica desde los años setenta. Rajoy, todavía en la oposición, buscaba desligar su figura de la impronta del aznarismo. La consigna era evitar una excesiva significación ideológica que pudiera activar el voto de izquierdas, confiando en los efectos corrosivos del crash financiero sobre la base de votos socialistas. En las autonomías se repetía una operación similar, primando los perfiles moderados. El modelo se llamaba Alberto Núñez Feijóo, un hábil gestor capaz de aglutinar las distintas almas del PP gallego.

Tras la etapa protagonizada por Jaume Matas, Génova anhelaba un líder similar para nuestras islas. Y, en el congreso regional de aquel año, el elegido fue un joven político de Marratxí, José Ramón Bauzá, llamado a ser el hombre de consenso que suturase las heridas del pasado y respondiera a la nueva imagen que Rajoy quería para los suyos: perfil bajo en lo político y eficacia en la gestión.

Sin embargo, lo cierto es que -poco después de obtener unos resultados históricos en 2011- el ya presidente del Govern José Ramón Bauzá empezó a acentuar su discurso identitario. A la dureza de los recortes presupuestarios exigidos por Bruselas, Bauzá contrapuso su apuesta ideológica tomando una serie de decisiones que demostraron ser no sólo divisivas para la sociedad mallorquina, sino también para su propio partido. Por supuesto, esa pugna interna no respondía exclusivamente a los matices de un ideario más o menos escorado: los personalismos y los núcleos de poder eran importantes. Muy pronto, el sector regionalista, que le había favorecido, se sintió apartado de los lugares de decisión. Y con la marcha de Jaume Font y de Antoni Pastor a El Pi, un PP escindido vio debilitadas sus expectativas de voto. El polémico Tratamiento Integral de Lenguas (TIL) originó además una protesta educativa sin precedentes en Mallorca. La guinda definitiva fue el veto a Mateu Isern como candidato a Cort, a pesar del apoyo que había recibido por parte de la dirección en Madrid. El resultado fue una auténtica debacle en las siguientes autonómicas.

Cuatro años más tarde, muchas cosas han cambiado. Para empezar, con Biel Company, los barones regionalistas han recuperado el control del PP en Balears. No obstante, con la irrupción de nuevos partidos, la derecha se ha fracturado parece que indefinidamente. Tampoco el marco político nacional es el mismo tras la caída de Rajoy y la compleja crisis territorial que vive el país. En este escenario, Bauzá se marcha del partido dando un sonoro portazo justo pocos días después de la convención nacional del PP. Su decisión ha sido sorprendente, aunque no inesperada. Sin prestigio ni ascendencia entre los suyos, la posición de José Ramón Bauzá dentro del PP -tanto autonómico como nacional- era cada vez más marginal y nada hacía presagiar que esta situación fuera a cambiar en el corto plazo.

Su carta final de despedida ha servido para evidenciar el alcance de algunas de sus obsesiones. Acusar al Partido Popular de constituir algo así como un caballo de Troya del catalanismo en las islas demuestra que desconoce tanto la particular idiosincrasia de la sociedad balear como la necesidad de defender una pluralidad inteligente y razonable dentro de la unidad. Resulta poco creíble que haya sido el distanciamiento ideológico con la cúpula del partido, que ahora preside Pablo Casado, el motivo de su marcha; así que seguramente deben buscarse razones más mundanas como el afán -no correspondido- de contar con un mayor protagonismo político. Su eventual incorporación a Vox en un futuro próximo confirmaría esta sospecha, aunque el expresidente -por activa y por pasiva- niegue a día de hoy esta posibilidad. Pero de lo que no cabe duda es que, a pocos meses de las elecciones, la actitud de Bauzá daña las expectativas de voto de los populares, dificultando la consecución de una hipotética hegemonía del centroderecha en las próximas autonómicas de mayo.