Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Una Transición para Venezuela

Cuando el teniente coronel Hugo Chávez ganó las elecciones en Venezuela, hace ahora veinte años, soñaba con hacer de su país una especie de Noruega o Dinamarca de América Latina. Hay gente que dice que Chávez era un cínico y un fanfarrón que sólo pretendía hacerse con el poder y engañar a su pueblo. Yo creo que Chávez era sincero. Puede que fuera un político caudillista que se creía predestinado a gobernar su país y que se consideraba investido de una especie de mandato divino (de hecho, Chávez nunca se separaba de un crucifijo y siempre decía hablar en nombre del cristiano evangélico). Pero Chávez era también un político abrumado por la terrible desigualdad que reinaba en Venezuela, a pesar de que su país tenía unas enormes reservas de petróleo, de oro y de coltán que -bien administradas- podrían eliminar esa sangrante injusticia social. Y además, Chávez soñaba con erradicar el racismo de su país, ya que él mismo tenía antepasados indígenas y africanos y había tenido que soportar toda clase de humillaciones desde niño. En Venezuela, los ricos eran siempre los blancos y los pobres tenían la piel más oscura. Chávez quiso terminar con todo eso. Y por último, Chávez soñaba con crear un país eficiente, virtuoso y libre de corrupción. Un país como Dinamarca o Noruega, bien administrado, ejemplar en la conducta de sus funcionarios y en el que los derechos de las mujeres estuvieran bien protegidos.

A los pocos años de su gobierno se vio que Chávez nunca iba a conseguir lo que se había propuesto. Poco a poco, todas las decisiones de Chávez se guiaron por el dogmatismo ideológico y la imposición de recetas de economía socialista que habían fracasado en todos los países del mundo. Empezó a rodearse de aduladores que le hacían creer que todo lo que decía era correcto, y los recompensó nombrando a eso aduladores para los altos cargos de la petrolera estatal o de las empresas públicas. Al mismo tiempo, emprendió una cruzada contra los extranjeros, casi todos españoles o italianos, que llevaban viviendo muchísimo tiempo en Venezuela y que tenían negocios en el país. Al grito de "Exprópiese", sus partidarios empezaron a acosar a estos comerciantes hasta que casi todos cerraron sus comercios y sus empresas y volvieron a Europa. Al mismo tiempo, Chávez encomendó la seguridad a los militares cubanos y fue creando una tupida red de triquiñuelas constitucionales que le permitieron controlar a la judicatura y limitar la libertad de expresión de los partidos de la oposición. Las primeras elecciones las ganó con holgura, las últimas las ganó por los pelos o utilizando toda clase de argucias y manipulaciones. Se dice que los militares de su camarilla se enriquecieron con el narcotráfico y con las escasas reservas de petróleo que iban quedando. Se decía que su hija había acumulado una fortuna gigantesca depositada fuera del país. Y luego Chávez se murió. Fue en 2014, después de haber estado quince años en el poder.

Por alguna razón misteriosa, Chávez quiso que su sucesor fuera un antiguo conductor de autobús llamado Nicolás Maduro, un hombre mucho más intoxicado por la ideología que el propio Chávez. Sin la popularidad de Chávez ni su capacidad oratoria, Maduro tuvo serios problemas para vencer a la oposición en las urnas. Los precios del petróleo se desplomaron y el desabastecimiento llegó a Venezuela. Una población que antes vivía en la desigualdad, pero en la que al menos los supermercados estaban llenos, empezó a conocer la carestía y la falta de recursos. La inflación fue ascendiendo hasta alcanzar un crecimiento anual del 33,151%, el más alto del mundo (ahora ya nadie tiene datos fiables). Los salarios se vinieron abajo. Una docena de huevos equivalían al salario de un mes.

Como es natural, las protestas se sucedieron. Bajo la sospecha de haber manipulado los resultados electorales, hace dos años, la policía y los paramilitares al servicio de Maduro mataron a docenas de manifestantes. Los enfrentamientos fueron durísimos y también hubo muertos entre los chapistas. Ahora está volviendo a pasar lo mismo y Maduro se ha parapetado en el palacio de Miraflores, donde muchos dirigentes de Podemos -Monedero e Iglesias, entre otros muchos- trabajaron en su día como asesores. Rusia, China e Irán se han quedado con todas las reservas de petróleo y minerales de Venezuela a cambio de perdonarle la deuda. Y nadie sabe lo que va a pasar.

Los que odian la Transición del 78, en la que se decidió pactar con el adversario para evitar un enfrentamiento civil y olvidar el pasado, ahora reclaman acuerdo y diálogo en Venezuela. Y por supuesto que sería lo mejor: una transición pactada en la que se garantizase la amnistía para todos, tanto gobierno como oposición, y se olvidaran las crímenes del pasado y se mirara hacia delante en vez de mirar atrás. Ahora mismo en Venezuela sería lo mejor: un pacto como el del 78 en España, sin vencedores ni vencidos, en el que todo el mundo decidiera mirar al futuro en vez de mirar al pasado. Ojala pudiera ser así.

Compartir el artículo

stats