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Juan Tapia

Nuestro mundo es el mundo

Joan Tapia

Protagonismo de Venezuela

El PP y Cs utilizan la necesaria, pero difícil, intervención para acusar a Pedro Sánchez de proteger al régimen populista

La opinión pública -y no somos una excepción- suele estar demasiado centrada en los conflictos internos. Esta semana había motivos. Hemos tenido las dos grandes capitales -Madrid y Barcelona- muy afectadas por la huelga de taxistas que en su conflicto con los VTC se han excedido tanto -paralizando la circulación o la entrada a grandes ferias internacionales como Fitur- que me han hecho recordar aquella frase de Manuel Fraga cuando era ministro de Gobernación de Franco: "La calle es mía". En este caso de los taxistas.

Podemos (y ERC) han tumbado -junto al PP y Cs- el decreto del Gobierno sobre los alquileres que subía de tres a cinco años la duración mínima de los contratos. Como el Gobierno no ha accedido al muy discutible control de precios (para el que tampoco habría habido mayoría por el PNV y el PDeCAT), las otras mejoras también han naufragado. Podemos no acaba de entender que el todo o nada lleva a nada.

Por último, el president Quim Torra ha declarado que dimitirá si cree que no podrá lograr la independencia. Debería hacerlo ya porque lo único que sí está consiguiendo es ser un magnífico anuncio de la campaña de Vox y facilitar la presión de la extrema derecha sobre el PP y Cs.

Pero, pese a todo esto, el drama de Venezuela ha sido el gran asunto de la semana. Es lógico porque Venezuela sufre una gran tragedia. La caída del PIB durante cinco años seguidos -desde el 2013 y con un desplome de nada menos que el 18% el año pasado- ha provocado que más de dos millones de venezolanos (sobre un total de 32) se hayan ido del país hacia Colombia, Brasil e incluso España huyendo de la miseria, el hambre y el desabastecimiento de productos de primera necesidad. Es un éxodo de proporciones sirias causado por una gran depresión económica que va acompañada de una inflación superlativa. De las que, como en la Alemania de la república de Weimar, destrozan las sociedades.

La principal causa de este caos venezolano es sin duda el sectarismo político y económico del régimen chavista y de los últimos seis años de Maduro que -tras unas elecciones sin ninguna garantía- pretende iniciar un nuevo mandato de seis años.

Recuerdo que cuando el coronel Chávez llegó al poder, un antiguo ministro de Acción Democrática -el principal partido del régimen depuesto, en parte por agotado- que se había exiliado en Girona me explicó la clave de la subida del coronel: nosotros (Acción Democrática) montamos una especie de Estado del bienestar en base sólo a la riqueza que generaba el alto precio del petróleo y, cuando el crudo cayó, no pudimos aguantar las prestaciones€

La situación ahora es catastrófica y por eso la gente ha salido a las calles a protestar (pese a que muchos ya no están en el país) y el nuevo presidente de la Asamblea Nacional (fruto de las últimas elecciones libres, o casi libres), Juan Guaidó (35 años y del partido Voluntad Popular cuyo líder, Leopoldo López, está en arresto domiciliario), se ha auotoproclamado presidente del país y en una operación, al parecer laboriosamente elaborada, ha sido reconocido inmediatamente por los Estados Unidos de Trump, por el Brasil del Bolsonaro, por Colombia y Canadá (un país que inspira confianza).

El problema es que Maduro tiene fuerza. En primer lugar, la de la izquierda populista que -pese a todo- ve en la rebelión de Guaidó un asunto de las clases medias y de las grandes fortunas. También la del Ejército que, tras siete horas de reflexión, ha salido con un comunicado de claro apoyo al régimen y que Maduro ha saludado con una frase que le delata: "El pueblo ha hablado". Por último, tiene el apoyo, aparte del obvio de Cuba, Bolivia y Nicaragua, de Rusia y sobre todo China, que han hecho grandes inversiones y han prestado abundantes sumas de dinero. También -aunque relativo- de México, receloso siempre de los Estados Unidos y en especial de Trump. Y Putin ha advertido de que una intervención americana generaría una crisis mundial.

Así Venezuela se ha adueñado de la prensa y la política de Madrid. ¿Qué debe hacer España, que no tiene una gran fuerza, pero sí una nada despreciable autoridad moral en Latinoamérica? El presidente Sánchez en Davos -desde la fallida presencia de Zapatero en plena crisis del 2010 es la primera vez que un presidente español asiste a este foro mundial- se ha reunido con tres presidentes americanos contrarios a Maduro y ha hablado por teléfono con Juan Guaidó, al que ha mostrado su apoyo en la demanda de unas elecciones libres. Pero el Gobierno espera una posición común de la UE para reconocer a Guaidó.

Tiene cierta lógica, pero la UE es lenta, hay 27 países y además el desenlace venezolano no depende tanto (aunque sí mucho) de las actitudes internacionales como de la capacidad de resistencia de Maduro y de -como señala un influyente inversor internacional- cuánto le dure a Maduro el apoyo del Ejército. Como ha dicho el ministro Borrell, la situación en Venezuela requiere una intervención internacional para que haya elecciones libres, pero la modalidad de esa intervención está por concretar.

La UE no desea una intervención norteamericana y menos con un presidente como Trump que además atraviesa una seria crisis interna por el cierre parcial de las actividades del Gobierno federal (ha tenido que aplazar el tradicional mensaje anual sobre el Estado de la Unión).

El objetivo europeo es resolver la crisis venezolana sin favorecer que el conflicto interno se convierta en enfrentamiento y sin agravar las tensiones internacionales. En este escenario la mediación de dos países como México y Uruguay puede ser interesante, tanto más cuanto los militares han apoyado a Maduro, pero también han exigido diálogo.

Y la actitud del Ejército será clave. Como en España a la muerte de Franco. Si entonces las fuerzas armadas no hubieran apoyado el cambio de régimen desde la legalidad que impulsó el rey y se hubieran erigido en la defensa del "búnker" (¡qué lejana suena ya la palabra!), la transición a la democracia hubiera costado mucho más. Dijeran lo que dijeran las diplomacias europeas y americana.

En este contexto la política interna española vuelve a fallar. Lo lógico sería que los dos líderes de la oposición (Casado y Rivera) se reunieran con Sánchez y le presionaran para que España tuviera un papel más activo en la elaboración de la respuesta europea. Y que si no lo hacían, Sánchez les citara a consultas. La política exterior es un asunto de Estado, no de partido. Y España tendrá más respeto internacional -y fuerza- si habla con una sola voz. En este caso además no era difícil, pues Sánchez, Casado y Rivera (otra cosa es Iglesias, al que se le multiplican los enanos) están de acuerdo en lo esencial: la crisis venezolana sólo se resolverá con elecciones libres.

¿Cómo se llega ahí? Mejor si España y Europa tienen una posición común que si los partidos se lanzan a otra guerra interna y unos priorizan la respuesta europea y otros les acusan de complicidad con el régimen de Maduro. Quizás el inicio de propuesta europea que se planteó ayer por la mañana por iniciativa de Alemania y España pueda acercar posiciones. Se trata de exigir a Maduro elecciones a corto plazo y con garantías, con la advertencia de que, caso contrario, se reconocería a Guaidó para que la Asamblea Nacional convocara elecciones. Pero claro, el reconocimiento de Guaidó por parte de la UE no implicaría un cambio del poder en Caracas. Algo que el eurodiputado del PP Esteban González Pons pretende ignorar.

Pero hasta ahora Venezuela ha sido otro motivo de división interna. Parece como si el PP y Cs hubieran tomado la crisis venezolana como el punto de arranque del inmenso ruido que va a dominar la campaña de las elecciones europeas, autonómicas y municipales de mayo.

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