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Daniel Capó

Competencia virtuosa

Í ñigo Errejón se refirió hace tiempo a la "competencia virtuosa" que se puede dar entre los partidos que pugnan por la hegemonía. Lo recordaba precisamente esta semana el politólogo Jorge San Miguel en un pódcast de Extremo Centro. Un claro ejemplo de este tipo de competencia sería la que se ha logrado en el bloque del independentismo catalán, capaz de aglutinar desde las posiciones extremas de la CUP hasta las más ambiguas de los Comuns. Si un extremo atrae el voto del radicalismo, el otro escarba en las lindes de una izquierda populista y antisistema, aunque menos definido por causa de las constricciones del discurso nacionalista. Ampliar la base del soberanismo dependería, por tanto, de alcanzar esa suma aparentemente contra natura que ensanchase sus límites naturales.

El cambio electoral en Andalucía ha vuelto a poner sobre el tapete la actualidad de esta cuestión. ¿Se debió la derrota socialista a la abstención de su electorado, al desgaste natural de la marca o al ensanchamiento del bloque de centroderecha? Es probable que se debiera a una conjunción de estas tres causas; aunque, sin un potente trasvase de votos directos, lógicamente no hubiera sido posible. Y ese desplazamiento del PP a Vox -de la derecha común, digamos, a la derecha sin complejos- se dio aún en mayor medida en el espacio tradicional de la izquierda, del PSOE a Cs. La nítida demarcación de los tres partidos actuó como un ejemplo evidente de la "competencia virtuosa" preconizada por Errejón, al menos de un modo como nunca antes se había visto en Andalucía. Que sea replicable o no en el resto de España ya es harina de otro costal. Pero sí resulta constatable que, desde la firma del acuerdo, los movimientos ideológicos de los tres partidos han seguido un camino trazado. Uno posicionándose más en el centroizquierda (Cs); otro, más a la derecha (Vox); y otro, el PP, en la centralidad del ámbito conservador.

Tras la euforia del pasado fin de semana, Casado sabe que su futuro depende de recuperar una fracción del voto perdido. No puede permitirse no quedar primero en esa disputa a tres bandas, en parte porque necesita bloquear un posible pacto nacional entre el PSOE y Cs y en parte porque, sólo si queda primero, cabe la posibilidad de de que se repita un gobierno como el andaluz presidido por los populares. Cs, en cambio, sabe que a día de hoy su mayor campo de crecimiento se encuentra dentro del terreno de la socialdemocracia reformista y liberal, en línea con lo que representa Macron en Francia: flexibilización en lo económico, modernización de las políticas de bienestar, progresismo en cuestiones morales y defensa de la nación. El riesgo, claro está, reside en que se achique su espacio electoral hacia la derecha, tanto por la llegada de nuevos actores como por el rechazo que puede provocar entre algunos de sus votantes la posibilidad de que pacte con la izquierda. No es un peligro desdeñable, aunque seguramente menor.

En la bancada opuesta del hemiciclo parlamentario, la estrategia del PSOE requiere del apoyo imprescindible de los partidos nacionalistas y, más adelante, de la eventual integración del movimiento que capitanea Errejón. Sin embargo, este ejemplo de "competencia virtuosa" puede no serle suficiente, igual que sucedería en la derecha si el PP no logra cerrar el boquete abierto por Vox. El temor viene de que la caída de Podemos sea tan profunda tras la escisión del partido que el bloque de izquierdas no sume los escaños suficientes, una hipótesis en absoluto descartable. Quizás, a pesar de todo, perdure algún tipo de nostalgia hacia un bipartidismo matizado. O no. El hecho es que, frente a los extremos, los tres partidos de la estabilidad tienen una oportunidad para rehacer el centro del tablero. Pronto lo sabremos.

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