Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Amor por los libros

En las librerías pasan cosas buenas. Por eso, el actor Lin-Manuel Miranda ha decidido salvar una de las referencias de las tablas neoyorquinas, la Drama Book Shop. Los beneficios de mantener librerías abiertas perduran en el tiempo

El actor y compositor Lin-Manuel Miranda, junto a tres colegas, protagonizan una bella historia de amor. De amor por los libros. La emblemática librería Drama Book Shop, situada en el centro de Broadway, se disponía a cerrar tras 101 años de historia por no poder hacer frente a la subida de alquiler y ellos han decidido impedirlo. La han salvado. A ella, a los lectores, a los actores y, por supuesto, a la ciudad. La afición de Miranda por los libros, cómo no, le viene de lejos. De joven pasaba horas en una librería, se sentaba en el suelo y leía y leía. No le sobraba el dinero, pero parece ser que detrás del mostrador del negocio había alguien a quien no le molestaba que un adolescente devorara obras sin pagar por ellas. Dejes románticos a tutiplén. En el Upper West Side de Nueva York, la librería Westsider Rare & Used Books también ha estado a punto de echar el cierre. La zona ha sido escenario de películas de Woody Allen o de Nora Ephron, pero salir en la gran pantalla no es sinónimo de sobrevivir a la crisis del papel. Ante el drama, los vecinos reaccionaron. Se movilizaron y, gracias a los microdonativos, lograron reunir 50.000 dólares. Lo suficiente como para que ese minúsculo negocio de libros a rebosar siga abierto. El barrio en cuestión no es novato a la hora de defender espacios que valen la pena. Hace años ya evitó que la librería Barnes & Noble cerrara. Se negaban a que un lugar de encuentro, asesoría y socialización bajara la barrera definitivamente. Otra historia romántica.

A las librerías se va para que sucedan cosas buenas. Para comprar un regalo, alimentar la imaginación, buscar la evasión, aprender, pensar en un mundo mejor, adentrarse en uno peor, entender a los grandes, pasar el rato o conectar con la poesía. En una librería de las de verdad se dialoga. Conozco a una librera que, antes de aconsejar una obra, siempre pregunta cómo está el cliente y, a partir ahí, sugiere. Jamás un algoritmo dará tan bien en el clavo como ella. Leo que la librería más antigua de Madrid, la Nicolás Moya, con 157 años de historia a sus espaldas, cierra. Veo fotos de su fachada. Escaparates con carteles que anuncian la liquidación por cese de actividad. No hay misericordia en esa sentencia y, de momento, no hay ni micro, ni macrodonativos, ni movilización de lectores afines con ganas de impedir su cierre. Fin de la historia. En breve, abrirá cualquier franquicia. O a una heladería. O una inmobiliaria. Quién sabe.

Una niña de ocho años me contó que un compañero de su clase anda solo. Que no tiene amigos porque es impulsivo, controla poco sus arrebatos, grita y, alguna vez, suelta un par de guantazos. Ella y una amiga han decidido echarle un cable. Dos pizpiretas que juegan con él y le dan un toque de atención cuando intuyen su irritación. De momento, el resultado no puede ser mejor. El niño está encantado y las amigas, también. Cuando le pregunté por qué lo hacía, me dijo que no lo sabía. Tras la charla, vi cómo abría su mochila y sacaba el libro Charlie y la fábrica de chocolate, de Roald Dahl. Un efecto más de una librería. De una librería abierta.

Compartir el artículo

stats