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Antonio Papell

Nostalgia de Rajoy

El anterior líder de la derecha, entronizado por el dedo de Aznar, era un personaje con la moderación en los genes que frenó sistemáticamente la deriva autoritaria de sus colaboradores más exaltados

Rajoy regresó unos minutos a la política española el pasado viernes, cuando acudió a la convención del PP, ahora presidido por Pablo Casado, recién vinculado a Vox en Andalucía. Y Rajoy, que no quiso coincidir con Aznar en el cónclave y que insistió en que se había ido de la política definitivamente para evitar cualquier equívoco, se limitó a decir a su partido que debe huir "de sectarismos" y de "los doctrinarios". A buen entendedor€

No hay todavía perspectiva para enjuiciar históricamente el paso de Rajoy por la presidencia del Gobierno, de la que fue apartado abruptamente por la marea de corrupción que había invadido su partido desde los tiempos que su predecesor popular, José María Aznar (los grandes corruptos y corruptores del PP fueron ministros en la etapa 1996-2004: Rato, Zaplana, Matas€). Y aunque es cierto que la posteridad entenderá perfectamente la moción de censura que lo descabalgó después de que los tribunales le hubieran negado credibilidad tras sus deposiciones como presidente del Gobierno, su principal culpa fue la falta de energía para enfrentarse al problema, depurar con bisturí su partido y evitar que fueran los tribunales los que hubiesen de encargarse prácticamente en solitario de la limpieza del PP.

También adoleció el mandato de Rajoy de desesperante premiosidad en lo social y en lo económico: una vez remontada la crisis y emprendida la senda de crecimiento, Rajoy no hizo prácticamente nada para que el cambio de situación comenzase a repercutir en la mejora de la vida de los que más perjudicados habían salido de la travesía. La tardanza en revertir la desigualdad generada por la crisis ha sido causante de un malestar político y social de las capas más desfavorecidas y marginadas, las mismas aproximadamente que respaldaron en primer lugar el experimento de Podemos y, más recientemente, el de Vox. Nada tiene que ver aquella aventura con esta, pero ambas han surgido del mismo caldo de cultivo de la irritación social, de la proletarización de la clase media, de ese nuevo fenómeno de la pobreza laboral por el que hay cada vez más trabajadores trabajando que no consiguen salir del riesgo de exclusión.

Con todo, el anterior líder de la derecha, entronizado por el dedo de Aznar, era un personaje con la moderación en los genes —ligada sin duda a su especial indolencia— que frenó sistemáticamente la deriva autoritaria de sus colaboradores más exaltados, y que mostraba una propensión liberal bien poco intervencionista. Además, poseía esa pátina característica de quien no es un apparatchik sino que ha efectuado un recorrido universitario y profesional antes de sumirse por completo en el vértigo de la política. La facilidad con que realizó su discreto regreso a la actividad privada tras la moción de censura fue la de quien tiene más vida además de la política. Lo mismo podría decirse de su mano derecha, Soraya Sáenz de Santamaría. Ha de haber una relación sin duda entre la experiencia previa de quien llega a la política desde un universo poblado y cierta capacidad de adaptación posterior, que es distinta de la de quien milita casi desde la adolescencia, sin haberse sumido en el mundo real y sin otra preocupación que la circulación de elites en el seno de su grupo.

Tras Rajoy, Casado tiene todavía todo por demostrar, y de momento hay que manifestar la sorprendente facilidad con que se ha adaptado a la connivencia con Vox, la excrecencia radical del PP, que participa en esa "conspiración contra Europa" que prepara el neofascismo continental de la mano de Steve Banon, como ha denunciado en inquietante análisis Manuel Castells. Cuando en Suecia, después de meses de intenso debate, la derecha democrática ha entregado el poder a un socialdemócrata para evitar tener que pactar con la extrema derecha, aquí el apparatchik Juanma Moreno ha llegado al gobierno de Andalucía tras una fácil negociación de sus mayores del PP con Vox, en la que los epígonos de Rajoy no han torcido ni siquiera el gesto cuando han tenido que escuchar las delirantes reclamaciones de los recién llegados. En estas circunstancias, es inevitable sentir cierta nostalgia del demócrata Rajoy. ¿Quién hubiera sido capaz de prever ese sentimiento?

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