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Las siete esquinas

El rescate

El otro día me llegó por WhatsApp un mensaje que protestaba por el derroche de dinero público invertido en el rescate del niño de Totalán. "Es imposible que ese niño esté vivo. Dejen de perder el tiempo y de engañar a la gente", decía el mensaje. Luego se hacían toda clase de insinuaciones malévolas sobre la supuesta negligencia de los padres y sobre su falta de responsabilidad por haber descuidado la vigilancia del niño. Y para rematarlo todo, se decía que esos padres ya habían perdido hacía tiempo a otro niño, como si hubiera algo muy turbio en el accidente del pozo. Y al final, como era previsible, todo venía rematado por las frases despectivas y los insultos racistas contra los padres y los familiares.

Es lo típico, supongo, en estos tiempos de sospechas y de desconfianza generalizadas. Cuando le ocurre una desgracia a alguien -y que un niño se caiga a un pozo sigue siendo una desgracia indescriptible-, la primera reacción de mucha gente no es la compasión con las víctimas ni el horror compartido por lo que ha sucedido, sino la incredulidad y la duda y la mala intención. Y lo primero que se hace es husmear en la vida de los familiares y de las personas del entorno de la víctima, como si detrás de esa desgracia hubiera un trasfondo muy oscuro que hubiera sido su causa primordial. Casi nada se salva de esta conducta inspirada por la sospecha y la mala fe. Cualquier cosa que haya tenido un final desgraciado -un crimen, un accidente, una muerte inesperada- se interpreta como un hecho rodeado de circunstancias sospechosas. "Aquí hay alguien que está mintiendo. Seguro que las cosas no son como se nos están contando", piensan estos profesionales de la desconfianza permanente. Y luego, claro está, llega la conclusión inevitable: "Si les ha pasado esto, algo habrán hecho".

Comprendo que el tratamiento informativo de estos hechos despierte nuestras suspicacias. En 1951, Billy Wilder ya filmó una película - El gran carnaval - sobre un periodista sin escrúpulos que convertía el rescate de un minero atrapado en un pozo en una excusa para relanzar su carrera. Kirk Douglas era el actor que interpretaba al periodista, y fue una de sus mejores interpretaciones en una larga carrera que estuvo repleta de ellas. Y por supuesto que todos sabemos que las grandes cadenas de televisión se ponen las botas cuando ocurren casos como el del niño de Totalán, pero ¿es justo dejarlo en el pozo, por caro que sea su rescate y por complicado que haya sido organizarlo? ¿Y es posible decirles a los padres que se las arreglen como puedan?

Más que sospechar, más que cuestionar, más que lanzar insultos e infundios contra los padres del niño, habría que admirarse de la rápida respuesta que se ha dado a este accidente y del gran nivel técnico que han demostrado los ingenieros y los expertos que trabajan en el rescate. Se ha transportado una perforadora en tiempo récord, se ha construido una jaula especial y se han presentado voluntarios para bajar al pozo unos mineros asturianos que ya no tienen trabajo en su tierra pero que siguen entrenándose excavando galerías por puro amor a su oficio. ¿Les parece poco? Y convendría recordar que los mineros van a poner en riesgo su vida para salvar a un niño de dos años al que hay muy pocas posibilidades de rescatar vivo. Si fuéramos un poco menos neuróticos y un poco menos rencorosos nos alegraríamos de vivir en un país así, en vez de dedicarnos a esparcir odio y sospechas e insultos contra una pobre familia que simplemente tuvo la mala suerte de sufrir una desgracia.

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