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JOrge Dezcallar

Democracia triunfante

Esta semana ha sido bastante movida en Europa con muchas noticias que tienen en común la primacía de la voluntad popular expresada a través de los cauces parlamentarios de representación. Y eso es siempre positivo.

En Andalucía se ha formado el "gobierno de las tres derechas" entre el Partido Popular y Ciudadanos con el apoyo de Vox, que pone fin a 36 años de dominio socialista en la región más poblada de España y cuya fortaleza es un enigma ante las diferencias que ya asomaban entre los socios antes incluso de su formación, mientras en la calle "lo celebraban" manifestantes de autobús y bocata. Al mismo tiempo, los nacionalistas catalanes siguen deshojando la margarita de su apoyo a los presupuestos del gobierno que harían bien en considerar en función de sus propios méritos, pues Sánchez los ha llenado de guiños para ellos, y desvincular esa negociación de otros asuntos que son competencia judicial. Ya saben, Montesquieu y la división de poderes como una de las características esenciales de la democracia.

En el Reino Unido tres años después del referéndum y dos después de la carta de Theresa May poniendo en marcha el reloj para el Brexit, los británicos siguen metidos en un lío mayúsculo del que no saben cómo salir. La primera ministra May acaba de recibir un escandalosa derrota en su propio Parlamento, la peor en un siglo, que nos acerca al peligroso escenario de un divorcio sin acuerdo a diez semanas del Brexit, que es el peor posible para todos porque como ella misma dijo en Westminster, "sin un acuerdo no tendremos período de transición, no tendremos cooperación en materia de seguridad, no habrá garantías para los ciudadanos británicos residentes en la UE y comenzará un período de incertidumbre para las empresas y para los trabajadores. Y veremos cambios en el día a día de Irlanda del Norte que pondrán en serio riesgo el futuro de nuestra integridad territorial".

Apocalíptico y cierto porque todos perderemos aunque el daño sea más profundo en el Reino Unido, donde algunas estimaciones hablan de una pérdida de ocho puntos de PIB con un Brexit a las bravas. Tras el varapalo del martes y tras superar la moción de no confianza presentada el miércoles por los laboristas del desnortado Corbyn, la rocosa May tiene que presentar el lunes un Plan B en el Parlamento. Y no parece tenerlo. Los escenarios son múltiples: salida sin acuerdo y quedarse solos y a la deriva en mitad del Atlántico sin imperio, sin relación especial con EE UU y sin reina Victoria; convencer a Bruselas para prorrogar el período de negociación que termina el próximo 29 de marzo, lo que se complica por las elecciones al Parlamento Europeo de mayo y por los desacuerdos entre May y Corbin; intentar una renegociación del acuerdo, que no será fácil porque la UE no está por la labor y porque una derrota por más de 200 votos no se soluciona cambiando unas comas; o, ya entre ellos, convocar nuevas elecciones y/o un nuevo referéndum. May, que ni ha logrado negociar en Europa ni convencer a sus conciudadanos, tiene razón cuando dice que el Parlamento tumba sus propuestas pero es incapaz de ofrecer alternativas. Esta incertidumbre es muy mala y por eso hace bien el gobierno de Pedro Sánchez en prepararse con planes de contingencia que protejan a nuestros conciudadanos y a nuestras empresas de lo que se nos puede venir encima. La pelota está en Londres y ya va siendo hora de los británicos aclaren lo que quieren.

Sobre la base de que no es lo mismo gobernar con la extrema derecha (algo que solo ocurre en Finlandia, Italia, Noruega y Austria) que recibir su apoyo para gobernar (como en Andalucía o en Dinamarca), en Suecia los partidos Liberal y Centro han decidido romper la alianza conservadora para hacer un cordón sanitario que evite la entrada en el gobierno de la ultraderecha de los Demócratas Suecos (tercera fuerza con 62 escaños) y permita la continuidad a partir del pasado viernes de los socialdemócratas del primer ministro Lövfen que ya llevaba cuatro meses en funciones. Un ejemplo de poner los principios por encima de los intereses.

Y en Grecia el gobierno de unidad nacional, la coalición contra natura entre la izquierda de Syriza y los ultranacionalistas de ANEL se ha roto por la negativa de estos a aceptar el cambio de nombre pactado con Macedonia, que pasaría a llamarse Macedonia del Norte si el parlamento de Atenas lo acepta como ya ha hecho el de Skopje. Muchos griegos creen que los macedonios son el pueblo helénico de Alejandro Magno y que los eslavos no se pueden apropiar de ese nombre porque luego vendrán irredentismos territoriales. Como consecuencia, el primer ministro Txipras se quedó en minoría y ha tenido que someterse a un voto de confianza que ha ganado el pasado miércoles, abriendo la puerta a que el parlamento griego refrende el cambio nombre y permita que Macedonia del Norte pueda pedir su ingreso en la UE y en la OTAN.

De manera que en lugares tan distintos como Sevilla, Madrid, Londres, Estocolmo o Atenas, esta semana ha dado una estupenda lección de debates, de pactos y también de desacuerdos en un ejercicio de democracia viva en Europa. Otra cosa es que a uno le gusten más o menos los resultados, pero aceptarlos cuando no gustan también es democracia. Porque lo que nunca es democrático desobedecer las leyes que no gustan.

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