Este artículo podría tratar sobre el eterno fiasco balear con los presupuestos estatales. Repetiría argumentos de siempre y estúpidas palabras de cada año. Discursos que los partidos solo varían según estén en la oposición o en el gobierno.

O podría reprochar a Valtonyc sus vomitivos deseos hacia un torero. Palabras que avalan que quienes estamos en contra de la barbarie de las corridas jamás vayamos de la mano con alguien de su coeficiente intelectual. Ni con los jueces del Tribunal Constitucional, que primero marcan un camino y luego, como aventuró Joan Oliver Araujo, abominan de él.

Esta semana podría escribirse sobre el cambio de gobierno en Andalucía. Un acuerdo que desmonta los argumentos contra los pactos de minorías, bramido de la derecha cada vez que perdía un gobierno frente a una coalición. O sobre el mal perder de las izquierdas al manifestarse contra la fórmula que ellas han utilizado en ayuntamientos y autonomías, incluida la nuestra.

Sin embargo, es mejor dejar las tontunas y escribir sobre cosas importantes. Por ejemplo, la gastronomía como uno de los ejes de la cultura mallorquina.

La nueva atracción turística de Palma está junto al Teatre Principal. Los turistas se agolpan a diario frente a un escaparate lleno de color. Observan los pastelons rematados con tomates, alcachofas o esclata-sangs. Las coquetes de cebolla o verduras. Las ensaimadas trunyellades. Es el expositor del Fornet de la Soca en el que exhibe sus hallazgos Tomeu Arbona, el arqueólogo gastronómico que excava en recetas antiguas para demostrar su absoluta modernidad.

La Cadena Ser acaba de publicar el Llibre del variat mallorquí, dedicado a la tapa de tapas de los bares isleños. Era el aperitivo dominical en los pueblos, se consumía a diario en Can Brutes, así denominábamos al chiringuito abierto en la parte baja de Oms, y sigue siendo la estrella en la Bodega la Rambla.

Joan Seguí, del Forn de Sant Francesc de Inca, ganó el premio a la Millor Ensaïmada del Món. Ahora, los restauradores mallorquines organizan el I Campionat del Món de Pa amb Oli.

Ejemplos aislados. Excesos chovinistas. Un toque de humor. Quizás estemos ante todo eso, pero hay más. La rendición gastronómica de Mallorca ha sido tan incondicional como en otros terrenos. Primero fueron las playas las que se doblegaron ante el desarrollismo salvaje. Después se ha perdido tierra adentro y ahora toca a los cascos antiguos. Jamás se trató de decir no al turismo y su riqueza. La cuestión fallida era tomar las riendas con firmeza para evitar que se desbocara.

Con la misma facilidad se declinó dar la batalla gastronómica. El extraordinario pan sin sal decayó frente a las modas foráneas. Encontramos cientos de pizzerías, pero ninguna coquería o pamboliería. El cruasán no falta en ningún bufé, pero no siempre se ofrecen ensaimadas. En Palma se abren locales en los que se venden embutidos de Salamanca, pero en la ciudad castellana no vi ninguno que sirviera pa amb sobrassada.

Rafel Vaquer dibujó años atrás una historia en cómic de Balears en la que los mallorquines mostraban una absoluta indiferencia cada vez que llegaba una nueva invasión. No importaba si eran vándalos, musulmanes o cristianos. En nuestro estilo de comer ha ocurrido lo mismo. Hemos dado por bueno que lo foráneo era mejor que lo propio. Algunos alzan la voz para evitar un gastrocidio y gritan, como en la canción, 'volem pa amb oli, si no ens el donen, ens el prendrem'. Son resistentes a contracorriente.