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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Las fiestas de Sant Dimoni

Repaso con afán contable las abultadas informaciones sobre la presunta festividad de Sant Antoni. Solo puedo otorgarle un protagonismo teórico al santo, tras efectuar un recuento de fotografías o segundos de imágenes móviles en la proporción de cinco a uno a favor de Satanás, y es posible que me quede corto. Sin Sant Dimoni, se acabó la fiesta. Los mallorquines prefieren ser bendecidos por el diablo a compartir la anodina existencia de un miembro del santoral. Los benefactores gozan de mala prensa, frente a la estampa radiante de los malhechores sin necesidad de Patricia Highsmith.

El alcohol derramado en honor de Sant Dimoni no nubla la evidencia de que se festeja a un asesino, machista, terrorista, xenófobo, corruptor. La ingenuidad que reviste a la celebración, suavizada para la infancia al estilo de Walt Disney, no impide hablar de un ritual satánico. Es posible que el caldo irónico esterilice el núcleo diabólico, con lo cual solo quedaría solicitar que esta visión desprejuiciada se transmitiera a otras manifestaciones que disparan las alertas y mecanismos de censura. Quien ha bailado con Sant Dimoni en enero, no puede escandalizarse ante ninguna villanía durante el resto del año.

Sant Dimoni caería más simpático que Sant Antoni aunque al segundo le colgaran un cartelón de Vox en el pecho. Admitir que en un asesinato nos fascina el asesino no mejoraría nuestra autoestima, pero nos permitiría afrontar con mayor fortuna los problemas de convivencia.

Imploramos la llegada de los buenos, pero nos encantan los malos. Su descaro, su impavidez ante el destino, son ideales para correrse una juerga. Ojalá el homenaje desesperado a la maldad de las festividades de San Antoni sirviera para zanjar los fundamentalismos, pero no. En los once meses restantes del año volverá la división radical, la ficción de que el mal no nos pertenece.

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