Los radicales han conseguido imponerse en el soberanismo catalán y han logrado controlar las instituciones. La consecuencia es una extrema dificultad para avanzar en la reintegración de Cataluña a la normalidad por la práctica imposibilidad de negociar con quien está completamente convencido de la bondad esencial de sus ideas y se niega a considerar incluso la posibilidad de transaccionar con el antagonista. El control que ejerce Vox sobre el nuevo Ejecutivo andaluz amenaza con la propagación de un nuevo radicalismo, tanto ideológico como territorial, que es el que entra en conflicto principal con el independentismo catalán. Si se consolida esta posición conservadora y se extiende a otros territorios españoles, la tensión entre Cataluña y el resto del Estado crecerá y se caldeará hasta la inflamación. Y el conflicto puede llegar a dejar de tener una solución dialéctica, dialogada, negociada, pacífica.
Esta posibilidad extrema ni siquiera puede ser contemplada pero sí ha de mencionarse para que nadie se llame a engaño. Casado y Rivera deben mantener sus anclajes en la moderación y vincularse incondicionalmente al gobierno de turno (al que sea), dueño de la legitimidad, si no quieren que el conflicto se desencamine hasta extremos cuya sola mención produce escalofríos.
