Diario de Mallorca

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El buenismo político puede lograr que el señor Sánchez llegue en su sillón de la Moncloa hasta 2020 mientras la oposición debe esperar sentada en las aceras pero lo que no va a hacer es cambiar la manera como funciona el cerebro humano. Que, en una nueva vuelta de tuerca -o de destuerca- vuelva a sugerirse que los críos no deben hacer deberes, ni aprenderse las lecciones de memoria, ni llevar a cabo nada que se hurte a su santa voluntad, es acabar con la escuela como medio de educación. Es dar paso a una sociedad de analfabetos funcionales, si no la hemos alcanzado ya.

Educar significa torcer la voluntad individual para ajustarla a las reglas colectivas. Y para aprender cualquier cosa, desde la tabla de multiplicar al orden alfabético, no hay otro procedimiento que no sea el aprenderse las cosas de memoria. Que en ocasiones la sabiduría sea inútil e injustificada, como sucede, por ejemplo, con la lista de los reyes godos, no implica el que muchas, muchísimas cosas tengan que incorporarse al acervo del conocimiento necesario para la vida adulta en sociedad. Vaya médicos tendríamos si los cirujanos no se supiesen de memoria la anatomía humana. Vaya músicos los incapaces de leer una partitura. Vaya traductores los que ignoren cualquier lengua, incluso la propia. Pero, por razones por completo políticas, se ha impuesto la idea de que obligar a las criaturas a aprenderse las cosas de memoria es poco menos que torturarlas.

Y de ahí, paso a paso, se llega a la idea de que imponer cualquier norma supone someter a la infancia y a la adolescencia a imposiciones injustificables. La falta de educación se ha convertido en la norma que impera; basta con observar cómo se comportan los críos en los espacios públicos, en un restaurante, por ejemplo, mientras los padres se desentienden de lo que sucede.

Se trata por desgracia del retrato de cómo transcurre el camino de la educación, desde la elemental a la superior, con unos institutos en los que los profesores suspiran por su jubilación y unas universidades en las que sucede lo que sucede. El ejemplo del cambio del plan de estudios de Filosofía en la UIB pone de manifiesto hasta qué punto se han abandonado ya las exigencias de rigor, excelencia y actualidad de las enseñanzas para sustituirlas por otra cosa. Da igual que hablemos de clientelismo, ignorancia, cobardía o molicie, que son sólo distintas facetas de un mismo cuerpo en declive. Y no me refiero a quienes apuestan por volver al trívium y al quadrivium sino a los que deberían vigilar por la calidad de lo que se enseña. Incluso las siete artes liberales imponían la memoria como vía hacia el conocimiento; el único procedimiento que existe para aprender, lo queremos desmontar ahora. Nada; a esperar sentados, que el futuro, cuando llegue, va a parecerse muchísimo al mundo de los australopitecos que hemos condenado al olvido gracias a la apuesta por la deseducación.

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