Diario de Mallorca

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¡Siempre negativo, nunca positivo!

La frase del antiguo entrenador Van Gaal, increpando a un periodista, viene que ni pintada para describir el tono y contenido de la mayoría de noticias que nos llegan a través de los medios, alimentando la sensación de estar siempre bajo nubarrones o rodeados de entierros. Si se acaban unos problemas surgirán otros, afirma Mefistófeles en el Fausto y así andamos desde que nos levantamos, al decir de Max Weber: rodeados de la noche angustiosa y cabalgando hacia la destrucción, con el ánimo encogido, el corazón en un puño y un oscuro sentimiento de culpabilidad que no logramos sacudirnos mientras nos preguntamos, por remedar a Chiquito: ¡¿Qué hagooorrr?!

Claro que abundan los desastres, dramas e injusticias en este mundo y en toda época y lugar, pero también hay progreso, solidaridad y buen hacer. No podemos haberlo mancillado todo y sin embargo, se hace difícil gozar, aunque sea de vez en cuando, de una ráfaga de aire fresco que permita el alivio. Porque no hay optimismo que pueda seguir a flote frente a la sucesión de novedades surgidas del maltrato, la estupidez, hambrunas y algún que otro butrón donde se tercie, convirtiendo de rabiosa actualidad, año tras año, el proverbio italiano: en lo peor no hay final.

¿Recuerdan haber oído a algún sindicato aplaudir sin peros de por medio? Y por si no bastara con la objetividad de hechos y situaciones seleccionadas bajo una estricta obediencia al pesimismo de la voluntad, cabría sumar, a las páginas y noticiarios que son retahíla de infaustos sucesos, los análisis políticos de cualquier Partido respecto a las capacidades y derivas de sus adversarios, esgrimiendo sus posiciones como único refugio frente al diluvio universal. Por lo demás y si algún lector demandase mayor concreción, más acá del relativismo de unos juicios subordinados al color del propio cristal, aquí van algunos de los inputs recibidos en las últimas semanas; exponentes no sólo de cómo van las cosas sino de que, si algo pudiera salir mal, saldrá.

Por lo que concierne al mundo animal, en los últimos cincuenta años ya hemos liquidado dos tercios de ellos, se matan tres rinocerontes diarios y a este paso en 2020 se habrán extinguido, lo cual es ya una casi constatación en el caso de las orcas. Menudean los hallazgos de elefantes muertos y sin colmillos en Botswana o, en Tapanuli (difundido por Avaaz), ¡sólo quedan 800 orangutanes! No obstante, tampoco lo que espera a nuestra especie es precisamente alentador más allá de un cambio climático sin visos de solución porque, entre otras lindezas, en 2050 y según Oceana se habrá perdido el 75% de la posidonia aunque mucho antes, para 2030 (predicción del presidente de Unicef en España), habrán muerto 30 millones de recién nacidos.

Seguimos con una pederastia encubierta y no sólo por parte de religiosos, sino también en algún que otro grupo de jueces. Pero ya es momento de acercarnos geográfica y explícitamente a nuestro entorno, reproduciendo las textuales inyecciones de frustración para quien lea o escuche con intención de saber de qué va el pastel. La solidaridad en Europa, una quimera; el diésel un desastre, los coches eléctricos por el momento pura entelequia dada la escasez de ventas y, ya aterrizados en el país, van sumando los ahogados en Alborán, el pasado octubre volvió a aumentar la brecha salarial entre géneros y nuestra economía crecerá menos de lo esperado. ¿Más? Las pensiones no podrán sostenerse y, por seguir con una mínima parte de los estímulos para irse satisfechos a la cama, uno de cada cuatro niños sin pediatra o los alquileres por las nubes, aunque quizá se trate de un problema menor si, como se viene repitiendo, la gentrificación termina con nuestra isla.

Nada de remarcar algunos avances conseguidos en democracia, una mejor y mayor educación o, por lo que concierne a la sanidad, los sustanciales avances terapéuticos de los últimos años y en numerosas patologías. Podría glosarse algún logro de vez en cuando, en lugar de poner, mes tras mes, el acento en una inequidad que muchos países quisieran para sí. Y como broche, recibo el otro día un correo personal a través de Change: "¡Gustavo, no tengo dientes!". Dudé ese día en contribuir a la financiación de sus muelas, pero me pudo el recuerdo de la niña Nadia Nerea, con tricotiodistrofia, y las estafas de sus padres a quienes se dispusieron a contribuir económicamente, de modo que estoy por hacer caso al que aconsejaba, cuando las cosas van mal, dejarse de gaitas, de dientes y dedicarse a la agricultura.

Con lo expuesto no pretendo abogar por teñir la realidad y pintarla al extremo de falsear las evidencias pero, siquiera por ecuanimidad, se diría que el bombardeo de calamidades sin sombra de bien alguna no hace justicia a nuestro presente por el sesgo que lleva implícito. A ver si terminaremos como aquella aldeana que, en la novela Pedro Páramo, afirmaba que, por no alzar nunca la cara, se olvidó del cielo. Y es que, según algunos, "Con voluntad y cojones / puede aún haber soluciones".

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