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Wallace Souza

mientras buscaba tema para el artículo, me ha venido a la memoria el caso de Wallace Souza, un periodista brasileño que fue acusado de perpetrar crímenes por encargo con el fin de dar la primicia. Su forma de actuar era la siguiente: contrataba a unos sicarios para que asesinaran a determinada persona y, mientras se cometía el crimen, las cámaras ya estaban presentes en el lugar para dar cuenta del delito con el cadáver aún caliente. De esta manera, la exclusiva estaba asegurada y los índices de audiencia rompiendo techos. El asunto apestaba tanto que acabó por levantar las sospechas. Especializado en casos escabrosos y cuanto más truculentos mejor, Souza acabó por darle un par de vueltas de tuerca a su tendencia a lo sórdido y macabro. Se convirtió en un farsante y, lo más grave, en un criminal. La obsesión enfermiza en lograr grandes franjas de audiencia hizo de este individuo un psicópata de mucho cuidado. Tuve que leer la noticia un par de veces, pues no daba crédito. Aun así, me pareció de una lógica perversa.

Recuerdo haber leído la noticia con incredulidad y estupor y, al mismo tiempo, no pude dejar de pensar en la lógica, en este caso brutal, que anidaba en ese asunto. De hecho, se han cometido barbaridades y se han saltado todo tipo de códigos deontológicos con el único fin de dar la exclusiva, la primicia, de llegar los primeros al lugar de los hechos. Sin embargo, Wallace Souza y sus sicarios traspasaron todas las líneas rojas posibles. Si la semana había sido floja en cuanto a crímenes se refiere, no hay problema, ya se encargaba el equipo de Canal Livre de perpetrarlos, no fuese cosa que la audiencia, sedienta de sangre y vísceras, acabase por aburrirse un poco de tanta ñoñería. Descuiden, que ya se encargaba Souza, con sus propias armas, de proporcionar carroña a los buitres. Sin duda, éste es un caso extremo, aunque a menudo nos encontramos con un periodismo absolutamente insensible que trata las tragedias humanas con una falta de tacto y con una frivolidad insultantes. Tratan con el mismo rasero la afonía de un cantante o la lesión de una estrella de fútbol y la enésima víctima femenina a manos de un gañán. El mismo tono, la misma intensidad. Como si no existieran diferencias. De este modo, la imbecilidad se torna un asunto muy serio y la gravedad una minucia. El personaje de Wallace Souza es, sin duda, carne de película o de serie con sus seis o siete temporadas correspondientes. Tras la acusación, no tardó en morir. Por lo visto, le estalló el hígado.

Hace ya un tiempo que se habla de la posverdad, una forma pusilánime o cínica de referirse a la mentira. Para algunos la verdad ha dejado de tener interés, así que es mucho más provechoso dejar correr los bulos a ver si los rumores se hinchan y acaban por impresionar a la audiencia y, en consecuencia, ésta también se hinchará dando sustanciosos dividendos. Lo fraudulento, en fin, el mito del fake. Pero el caso de Wallace Souza superó todas las expectativas. Lo suyo fue una farsa criminal. Un montaje con víctimas mortales, con sacrificados para mayor gloria de la exclusiva y la audiencia. La quintaesencia del reality show.

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