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Juan José Millas

Tierra de Nadie

Juan José Millás

El golpe

Un vecino del barrio, amigo mío, volvía de comprar el periódico cuando un pájaro negro salió de un macizo de aligustres, chocó violentamente contra su pecho, cayó al suelo y tras unos instantes de inmovilidad emprendió el vuelo. Me lo contaba con cierto grado de angustia, tocándose el lugar, cercano al corazón, donde el pájaro se había estrellado.

-Era un mirlo-le dije.

-¿Por qué un mirlo?

-El barrio está lleno. Hay superpoblación.

Él pensaba que había sido un cuervo. Por alguna razón, le preocupaba menos que hubiera sido un mirlo, de ahí mi insistencia. Me dijo que el suceso había resultado muy turbador porque pensaba en su madre cuando sucedieron los hechos. Iba muy concentrado en un diálogo imaginario que mantenía con ella. Una discusión, más bien. Discutían porque el hijo se sentía muy abandonado.

-Tu madre está muerta -le recordé yo.

-¿Y qué que esté muerta? En el hospital me juró que nunca me abandonaría, que cuidaría de mí desde el otro lado, que me mandaría señales. Hace cinco años que murió y ni una señal, ¿me oyes?, ninguna.

-Ya somos mayores -le dije-, lo normal es que los padres se mueran y que no puedan hacer nada por nosotros desde el más allá. Nadie vuelve desde el más allá.

Inútil todo. Estaba irritadísimo con la pobre mujer. No me costó mucho identificarme con él porque la verdad es que yo también estoy muy enfadado con la mía, que murió hace unos treinta años, quizá más. Y tampoco he recibido ninguna señal, ninguna ayuda, ningún alivio en los momentos duros que he pasado desde entonces, que han sido muchos. Creemos que las madres son para siempre, pero las pobres no pueden atender a todo durante todo el tiempo. Da un poco de vergüenza que señores de mi edad y de la de mi conocido todavía esperemos que nos arropen por la noche y nos den un beso en la frente.

-¿Y si el pájaro fue la señal? -preguntó de súbito mi amigo.

-Seguro que sí, seguro que era tu madre -le dije-. Te golpeó para que dejaras de discutir con ella.

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