Entramos en un nuevo año preñado de incertidumbres en un contexto de deterioro del orden internacional que ha regido el mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Esto es algo que no es responsabilidad de Donald Trump, ahora que se le echa la culpa de todo, aunque es innegable que su comportamiento acelera el proceso. Es un cambio de paradigma que nos lleva de un mundo multilateral a un mundo multipolar en el que las reglas se discuten y se aflojan, y se debilitan los organismos encargados de resolver los problemas. No es que antes la ONU lo pudiera solucionar todo como muestran las tragedias de Ruanda o de Yugoslavia, pero es que vamos a un escenario donde la propia función y la misma estructura de la organización son puestas en solfa por países que no participaron en su creación. Occidente ya no domina el mundo como hace cincuenta años y ese es otro cambio muy importante en un contexto de mudanzas aceleradas que hace que no sea fácil discernir hacia dónde nos encaminamos. Y la ignorancia provoca miedo e incertidumbre que nos acompañarán por lo menos hasta que el nuevo modelo geopolítico se asiente y sus principales actores (Estados Unidos, China y Rusia) se sientan cómodos en sus nuevos papeles. Lo que opinemos los demás tendrá mucha menos importancia mientras sufrimos pulsiones nacionalistas y populistas (desde el Brexit a Cataluña pasando por Podemos, Vox y Le Pen) cuya última raíz está en ese desasosiego que produce el miedo de ir hacia lo que desconocemos.

La democracia representativa ha sido la fórmula de éxito desde la derrota de los fascismos y del comunismo, pero ¿será el sistema que mejor se adapte a un contexto dominado por las revoluciones tecnológica, demográfica y de la información? No está claro, igual que no lo está el destino de los humanos cuando perdamos utilidad que hemos tenido históricamente como trabajadores o soldados y seamos sustituidos por robots incansables, algo que puede no estar lejos de suceder. ¿Nos encaminamos a sociedades más igualitarias, como hemos pretendido durante los últimos años (con bastante éxito si comparamos con siglos pretéritos a pesar de las lacerantes desigualdades aún existentes) o, por el contrario, el acceso a la tecnología y a la biotecnología quedará restringido para los más ricos y se ensancharán las brechas económicas y sociales entre países y entre ciudadanos? ¿Será la democracia el sistema político del futuro o serán los modelos autoritarios los que se impongan? China ha optado por esa vía sin ningún complejo y los autoritarismos medran desde Turquía a Polonia y Hungría pasando por Brasil y Filipinas, que adoptan instrumentos de la democracia como las elecciones para hacerlos más aceptables. Y tampoco está claro que el estado-nación que nos legaron Bodino y Westfalia sea el más adecuado para enfrentar con sus respuestas locales problemas globales como el cambio climático, las migraciones o el terrorismo. Demasiadas incógnitas para nuestras ansias de certezas sobre las que asentar nuestras vidas.

El futuro no está escrito y su capacidad para sorprendernos se confirmará de nuevo en 2019 pero de entrada yo creo que habría que prestar atención especial a cuestiones como el cambio climático, la amenaza de una nueva recesión económica y la tensión nuclear entre los EE UU y Rusia (Tratado INF) o la tensión comercial entre los EE UU y China, que distan de estar resueltas. El principal problema europeo es el Brexit y Cataluña el de los catalanes y el de España. Y luego no hay que perder de vista otros conflictos ya existentes y que pueden desbocarse como el de Venezuela, donde no es descartable un estallido social, o el de Corea del Norte donde nada parece haber cambiado tras la foto entre Kim y Trump. En Oriente Medio la situación seguirá siendo explosiva en Siria (tras la retirada norteamericana, Irán amenazará a Israel mientras Ankara tendrá mano libre con los kurdos), en Yemen por la hambruna y las matanzas que origina la intervención de Arabia Saudita, o en Irán, una vez que la población sienta el pleno efecto de las sanciones que Trump le ha reimpuesto tras denunciar unilateralmente el Acuerdo Nuclear suscrito por Obama. En Ucrania, Putin está acentuando su ilegal anexión de Crimea con la pretensión de controlar el estrecho de Kerch que une las aguas internacionales del Mar de Azov con el Mar Negro, aislando a puertos ucranianos tan importantes como el de Mariupol ¿Lo ambicionará también Rusia, cuya intromisión en Donbás es otra evidencia? El continente africano no carece tampoco de problemas, desde Sudán del Sur donde ha habido 400.000 muertos (casi ignorados por nuestros medios de comunicación) durante los últimos cinco años y donde la tregua entre el presidente Kiir y el líder rebelde Machar es muy débil; Camerún, donde la minoría de habla inglesa quiere separarse creando la autodenominaba República de Ambazonia y amenazando con una guerra civil; hasta llegar al gigante de Nigeria que celebrará elecciones presidenciales en febrero donde, si sigue la pauta de anteriores comicios, no faltará la violencia. Sin olvidar la corrupción endémica en la República Surafricana o los brotes nacionalistas de grandes países como Estados Unidos, China, Rusia, Turquía, México o Brasil. Cualquiera de estos problemas se puede desbordar por errores de cálculo que los humanos hemos derrochado generosamente a lo largo de la Historia.

Los momentos de cambio son siempre interesantes pero no suelen ser cómodos, y muchas veces son convulsos ante la resistencia de los perjudicados. Y a nosotros nos toca vivir uno con todas sus incertidumbres. Les deseo un feliz 2019, al menos la primavera se acerca.