Diario de Mallorca

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La primera semana

De lunes... Contaba el periodista Bob Woodward -relator/descubridor del Watergate y autor de un reciente libro sobre Donald Trump a partir de su entorno en la Casa Blanca- que el actual presidente de los Estados Unidos le preguntó a su Secretario de Defensa -el general Jim Mattis- para qué servía un gasto tan descomunal en esa cosa europea de la OTAN. Y antes de que pudiera responder, Trump vociferó: '¿Se creen que somos tontos? ¿Acaso nos toman por tontos esos europeos?' El general Mattis zanjó la cuestión secamente: "Sirve, presidente, para evitar la III Guerra Mundial". Así lo contó Woodward la otra noche.

El general Mattis, conocido entre sus colegas como 'Perro Loco' -es curiosa esa costumbre militar norteamericana de apodar a sus mandos con nombres de piel roja: ya al jefe de las tropas aliadas en la primera guerra de Irak, el general Schwarzkopf, le llamaban 'Oso del Desierto'- es uno de los pocos generales que puede leer los Evangelios en griego -algo así aconseja el gran poeta Milosz- y conoce La Anábasis y La Ilíada como la palma de su mano. (Algún día he de escribir sobre la tradición de los militares muy cultos -apenas nadie recuerda que la Ilustración entró en España de la mano del arma de Artillería- y cómo, por ejemplo, tantos hijos de militar, en Europa y en América, han sido escritores).

Recuerdo que Schwarzkopf insistió en no tomar Bagdad y no derribar militarmente el régimen de Sadam Hussein para evitar mayores males. En La Casa Blanca le hicieron caso, pero en la segunda guerra de Irak -la del invento de las armas químicas- aparcaron su consejo en la nada y ya ven cómo prosperaron Al Qaeda y sus acólitos por la zona. Hablo de estrategia, no de moral.

Mattis ha sido un gran defensor del papel geoestratégico de Europa y su cultura. Ha intentado convencer al desbocado Trump de que protegiendo la democracia europea de los deseos autoritarios de Rusia y China, EE UU está mucho más protegido que descuidando esa protección. Supongo que habrá callado argumentos de hombre muy culto sabiendo que a Trump le sonarían a la lengua de los hititas, si supiera lo que fueron los hititas. Pero ha insistido hasta el final ante un presidente que sólo consideraba que gastar en otros era ser tonto y lo peor de todo: hacía que los demás le tomaran a uno por tonto (en esto Trump podría pedir la nacionalidad mallorquina).

El militar que leía a Homero y a Jenofonte se ha ido dejando una carta donde dice: "Siempre he creído que nuestra fortaleza como nación está indisolublemente unida a la fortaleza de nuestro sistema de alianzas... No podemos proteger nuestros intereses... sin mostrar respeto hacia nuestros aliados...". En esa carta -sobre cuya existencia me avisó Daniel Capó- decía que se mantendría en su puesto hasta finales de febrero a fin de favorecer una transición meditada. Se ve que a Trump lo de meditar no es lo suyo y lo ha mandado a casa inmediatamente. Desde ese día, los europeos -aunque no lo veamos todavía con claridad- estamos peor de lo que estábamos.

...a viernes. Existe una tradición literaria que asocia la literatura y la cocina. En la España del siglo XX destacaron Álvaro Cunqueiro -autor del imprescindible La cocina cristiana de Occidente-, Néstor Luján, Joan Perucho y -para los muy planianos- Josep Pla ( Baltasar Porcel me dijo en varias ocasiones que Pla no tenía ni idea de cocina, que hablaba y escribía de oídas y que lo suyo era la tortilla francesa y poco más). El último al que leí -hace ya muchos años- y en sus artículos se trasparentaba el hedonista total, fue a Xavier Domingo, que dirigió la colección "Los cinco sentidos", en Tusquets. Todos ellos necesitaban -y disfrutaban- de las comparaciones literarias y artísticas y sin ellas parecía que el sencillo y gustoso acto de comer y de beber tuviera que ser más pobre. Algo así, aunque más barrocamente exagerado, ocurría con Lezama Lima.

Ignacio Peyró acaba de publicar un libro - Comimos y bebimos. Notas de cocina y vida, Libros del Asteroide- donde recoge esa herencia y la moderniza, anclándola en su particular revisión de la tradición. Y cuando digo particular me refiero a propia, la de un hombre joven -nació en 1980- cuya inteligente sabiduría disimula esa juventud con un punto dandy ilustrado. Peyró se presentó a los lectores con una verdadera catedral de mitomanía anglófila: Pompa y circunstancia. Un diccionario sentimental de la cultura inglesa. A ese libro inigualable -e insólito en España- le sigue ahora este Comimos y bebimos, como quien pasa de la catedral al cottage -o del espíritu a la carne-, sin despeinarse. "A Montaigne la gula no le permitía ni hablar en la mesa y el doctor Johnson comía tan en trance que le entraban sudores y se le marcaban las venas de la frente", leemos en unas páginas donde el refinamiento, la ironía, el placer -y alguna que otra transgresión- se sientan alrededor de la mesa como forma de amor a la vida. Pero también de alta cultura que no olvida a su hermana más pobre -la cocina popular-, sino que se enriquece con ella. Empezar el año leyendo sobre manjares y caldos tal vez sea un exceso después de tanta fiesta y tanta comilona, pero no esperen ni dos semanas a leerlo. Sobre todas las demás cosas, disfrutarán, y al acabarlo se darán cuenta de que no han dejado de sonreír durante toda su lectura.

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