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Me desdigo si dije Diego

En este país nuestro, casi todo tiene visos de poder ir a mejor excepto la política, atrancada, cualquiera que sea su color, en la impostura e hipocresía que demasiadas veces no llegan a disfrazar el carnaval de desvergüenzas en que se ha convertido una democracia que viene siendo socavada hasta el esperpento: tragedia donde los héroes mudan en embusteros con el único fin de perpetuarse.

El Procés catalán, la salida de Rajoy o los resultados de las elecciones andaluzas, por citar hechos recientes, ponen de manifiesto un diálogo de sordos, cuando no declaraciones que ejemplifican la distancia entre lo que venden y sus disfrazadas intenciones, totalmente impermeables y exponente una vez más de que la ideología, sea cual sea ésta, es barrera acorazada frente a las evidencias en lugar de camino para el encuentro.

Sigue en plena vigencia lo que ya en su día observara Goethe: nadie gusta de conceder a otro una cualidad mientras pueda negársela siquiera un poco, así que atenerse a los principios constitucionales revela un talante dictatorial y en consecuencia opresor. La Derecha en su conjunto considera que sentarse con los indepes es prueba evidente de estar vendido a cambio de su apoyo mientras que para Torra, la vía política se subordina a la aceptación de unas premisas que entran en flagrante contradicción, precisamente, con los principios democráticos que siquiera en teoría la hacen posible. Por su parte, Sánchez aguanta lo indecible de tirios y troyanos, amén de algunos de su propia cuerda, con tal de prolongarse en ese inestable equilibrio que por unas u otras razones tiene a la mayoría con el alma en vilo y, cualquiera de ellos, en lo mismo: ¡Sin nosotros, un desastre! Y es que, si los presupuestos no se aprobasen, quizá habría que anticipar elecciones o bien esperar a verlas venir y esto segundo es, para Rivera y Casado, como guindilla en salva sea la parte.

Los dos citados consideraban que desplazar del gobierno al partido más votado era un claro atentado contra la voluntad popular, máxime teniendo en cuenta con quién se alió Sánchez para lograrlo. Pero cuando Susana Díaz remeda a Rajoy en su pírrica victoria, vuelve el digo junto al diego, y si antes la izquierda, junto al independentismo, desvirtuaban las esencias democráticas, ahora es la derecha quien relega al partido ganador, confabulándose con la ultraderecha de Vox, aunque, ¿quién ha pactado con ellos, si no es de tapadillo? Y es que el oportunismo que supone vestir la realidad a conveniencia no es hábito privativo de alguien en concreto.

Se puede destruir España con una moción de censura que aúpe a los que quieren acabar con ella (Casado), pero promocionar el neofranquismo en una comunidad autónoma es la única opción para poner fin a casi cuarenta años de inoperancia y en consecuencia, la mayoría que lo hizo posible hasta ayer mismo no merece la suerte que ahora les cae con el nuevo tripartito de dos, porque del tercero nadie quiere saber de su existencia aunque les sea imprescindible. Y es que la verdad también se inventa. En dicha tónica, Torra propugna un diálogo abierto y sin apriorismos, Casado el bien de España más allá de las siglas, Sánchez el progreso social por sobre cargos y poltronas o, para ampliar el espectro, Iglesias la austeridad desde su casoplón y, siempre, el Cartel Party está representado por los otros, mientras las corruptelas propias son bagatelas o demagógicas exageraciones.

El Senado es, cuando en sintonía con la mayoría en el Congreso, institución para refrendar la justeza de las decisiones adoptadas o, en otro caso, tapón, dado que el bien y el mal ( Nietzsche) son sólo cosa de gustos tanto acá como más allá, y es que quizá sea irrebatible la asunción de que todo lo que es del mismo tiempo se parece, también, en digos y diegos. Reparen en la deriva nicaragüense auspiciada por quien fuera en el pasado, Daniel Ortega, esperanza de futuro; en ese Maduro transformando en hambre la revolución o al príncipe de las contradicciones, Trump, abanderando conflictos para un mejor orden mundial. Todos, con el ahora toca o no toca a conveniencia y sin que referéndums o encuestas pretendan conocer estados de opinión sino ser herramientas, manipuladas, para alcanzar el poder o conservarlo. Con ese objetivo se diseñó la del Brexit por los conservadores británicos; el mismo que subyace en el empeño de la minoría independentista que intenta cohesionar Quim Torra.

A resultas de todo lo anterior y tras comprobar que se pasan el día metiéndose mutuamente el dedo en el ojo, cabe preguntarse si conservarán la visión suficiente como para percibir cuáles son los problemas reales que nos aquejan, o la vocación de servicio es sólo antesala de una puerta giratoria. Entretanto, la democracia sigue restringida al mero procedimiento y, la sociedad civil, en otra antesala: la del coma. Únicamente queda confiar en que el año que comienza sea, en algo, distinto a un más de lo mismo.

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