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Necesitamos una transición energética ambiciosa

El último informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) es muy claro sobre el poco tiempo que nos queda para cambiar nuestra forma de vivir si queremos hacer frente al cambio climático.

Los científicos nos dicen que no hay más tiempo que perder para intensificar los esfuerzos que nos permitan reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y conseguir limitar el aumento de la temperatura media mundial en el entorno de 1,5 grados centígrados y, en todo caso, por debajo de dos. Recientemente se ha celebrado la 24ª Conferencia de las Partes de la Convención sobre el Cambio Climático (COP 24) en la ciudad de Katowice, en Polonia, bajo los auspicios de la ONU. El objetivo de esta cumbre era alcanzar un acuerdo para concretar cómo materializar, durante la próxima década, los Acuerdos de París, que no son más que letras sobre un papel; ahora hay que entrar a detallar cómo los países cumplen sus compromisos, y ya se sabe que en los detalles es donde suele encontrarse el diablo.

¿Resultado? Dentro de lo previsible, si se tiene en cuenta que participaban 197 países, con visiones e intereses muy diversos, y se buscaba la unanimidad; o sea, resultados muy modestos.

Se ha conseguido pactar la mayor parte de un reglamento que unifique los criterios con los que aplicar los Acuerdos de París y cómo medir, de forma homogénea en todos los países, los efectos reales de las medidas adoptadas. Pero se han dejado sobre la mesa, para resolver en la COP25, a celebrar en septiembre de 2019 en la ciudad de Nueva York, los aspectos relacionados con los mercados de carbono.

Sin embargo, no se ha conseguido que la declaración política final recoja las principales conclusiones del informe de los expertos que asesoran a la ONU, con el objetivo de reclamar a los países que sean más ambiciosos y elaboren planes muy exigentes de reducción de las emisiones de carbono. El secretario general de Naciones Unidas, el portugués Antonio Guterres, al convocar la próxima cumbre del clima, ha insistido en la necesidad de diseñar planes de desarrollo sostenible más ambiciosos, lo que es seguro que no resultará sencillo consensuar con políticos como Donald Trump o Jair Bolsonaro, o países cuya economía depende tanto del comercio del petróleo, como los de la OPEP o Rusia.

Puede que no fuera una gran idea celebrar esta cumbre COP 24 en Katowice, en el corazón de la industria de la minería del carbón en Silesia, Polonia. Resulta relevante que la estrategia de este país aún contemple que, para 2030, el carbón represente el 60% de su capacidad energética, lo que podría inducir a un mensaje erróneo, cual podría ser que la producción de carbón y el crecimiento económico sostenible son perfectamente compatibles. Además, en abril de este mismo año, la Corte de Justicia de la UE resolvió contra el gobierno polaco por la explotación forestal de uno de los pocos bosques vírgenes que quedan en Europa, el de Bialowieza, cuando en todas las investigaciones sobre el cambio climático se considera que los bosques son totalmente decisivos para capturar CO2 y reducir el calentamiento global. Definitivamente, Polonia no es un ejemplo a seguir para la necesaria transición energética que, de forma imprescindible, debemos experimentar a la mayor brevedad posible.

Como ha señalado recientemente Cristina Monge, "abordar el desafío del cambio climático supone una transformación de fondo que la sociedad asumirá si se hace con ambición y coherencia, de forma justa para que nadie se quede atrás y con la convicción de que así viviremos mejor".

Hay quienes consideran, desde la corriente denominada "decrecimiento", que la sociedad debe transformarse en una forma que resulta incompatible con el paradigma del crecimiento capitalista, estableciendo una nueva relación de equilibrio entre el ser humano y la naturaleza. Con planteamientos muy parecidos tuvo lugar, en septiembre, en Bruselas, un encuentro organizado por miembros de cinco grupos del Parlamento Europeo, para explorar las posibilidades de una "economía del postcrecimiento". Los políticos, sindicalistas y académicos participantes han puesto de relieve que, durante décadas, el crecimiento del PIB ha sido el objetivo prioritario de las naciones europeas, lo que ha provocado que, según crecían las economías, crecieran también los impactos negativos sobre el medio ambiente, por lo que proponen que se reconsidere el objetivo de perseguir con carácter general el crecimiento de la economía.

Parece evidente que perseguir un crecimiento económico como el que hemos conocido en los últimos decenios es incompatible con la consecución de los objetivos de reducción significativa de las emisiones de carbono. Pero la afirmación de que todo el crecimiento económico destruye la naturaleza es cuestionable. El PIB es un indicador incompleto e insuficiente para medir el bienestar de las naciones, por tanto es imprescindible complementarlo con otros que reflejen mejor aspectos relacionados con la calidad de vida y el bienestar. Además no deberíamos cuestionar que es imprescindible exigir medidas que aceleren la transición ecológica. Pero es menos convincente que, necesariamente, ello exija un crecimiento cero o, incluso, un decrecimiento. En otros términos, el problema no es el crecimiento, como tal, sino el tipo de crecimiento que hemos experimentado, porque sin duda son muchos los procesos productivos y los comportamientos humanos que deben cambiar.

En definitiva, es necesario un profundo y serio debate sobre lo que necesitamos y queremos y lo que no queremos que sea nuestro futuro, pensando tanto en el equilibrio del hombre con la naturaleza, como en las consecuencias sociales de nuestras propuestas. La Confederación Europea de Sindicatos (CES) aboga por una "transición justa", en el sentido de que los cambios no terminen por perjudicar más a los trabajadores. Por ello, suena mucho mejor que debemos proteger al planeta para que la humanidad pueda seguir creciendo de una forma distinta y equilibrada, que exigir, sin más, detener el crecimiento para salvar el planeta, seguramente porque ello no es necesario si sabemos transformar nuestro comportamiento y las actividades contaminantes.

Queda por delante una inmensa tarea de pedagogía para conseguir cambiar muchísimos de nuestros hábitos y costumbres a través de toda una serie de medidas de distinta naturaleza, sin descartar las legislativas y las sancionadoras, que tan buenos resultados han dado en otras materias. Por ello, a pesar de que todavía son muchos los "negacionistas", debiéramos animar al gobierno de la nación a tramitar, sin más dilaciones, el proyecto de ley de cambio climático y transición energética. Nuestra salud y nuestra calidad de vida agradecerían su promulgación.

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