La izquierda variada y variable que gobierna Balears ha tomado medidas razonables cuando socialdemócratas y socialistas alcanzan el poder. PSOE, Més y Podemos están satisfechos consigo mismos y con las decisiones adoptadas desde el Govern y el Consell.

La última actuación social tomada es la gratuidad del aparcamiento de Son Espases. El mensaje es que los usuarios de la sanidad pública no deben pagar los negocios de la empresa concesionaria. Los beneficios de Florentino Pérez se abonarán con los impuestos de todos. En la misma línea, la defensa de personas económicamente vulnerables, se encuadran la eliminación del copago farmacéutico por parte de los jubilados o la concesión de la tarjeta sanitaria a los sin papeles. El trabajo desarrollado en servicios sociales también ha sido intenso. La gratuidad del Túnel de Sóller era otra supuesta decisión progresista. También se ha incrementado la dotación en sanidad y educación. Más médicos y más maestros.

La izquierda gobernante también ha adoptado medidas que firmaría una mayoría de derechas. Por ejemplo, ha reducido la deuda pública, aunque sea duplicando la ecotasa poco después de implantarla. En solo un año lo que Balears debe a bancos y al Estado ha bajado del 29,4% del PIB al 28%. La política de carreteras, en manos de una dama de hierro del socialismo como Mercedes Garrido, no solo no ha contemporizado con el ecologismo sino que ha obviado sus protestas en la autopista de Llucmajor a Campos o la Vía Conectora.

El conseller de Trabajo, Iago Negueruela, gusta a tirios y troyanos, o lo que es lo mismo, a patronales y sindicatos. En transporte se completará la electrificación ferroviaria. Las tensiones entre las tres formaciones que firmaron el pacto se han solventado con menos confrontaciones que las de los dos governs de Francesc Antich. El rechazo de Francina Armengol a que Més le impusiera a Bel Busquets como vicepresidenta y consellera de Turismo no prolongó la confrontación más allá de lo habitual en las disputas internas que se reproducen en todos los partidos del espectro político.

La bonanza económica ha acompañado a la izquierda en estos cuatro años, justo lo contrario a lo sucedido entre 1999 y 2003 o entre 2007 y 2011, las dos etapas de Antich como presidente.

Casi todo a favor y, sin embargo, la izquierda está triste y temerosa de perder, una vez más, el poder. No vislumbra con optimismo la triple, o quizás cuádruple, cita electoral de mayo. La ola derechista, ya desprendida de referencias al centro, comenzó con Donald Trump y se ha extendido a Brasil o a las muy europeas Austria, Polonia o Hungría. El ascenso de Vox en Andalucía ha disparado una nueva alarma entre las formaciones de izquierdas.

Un dilema ronda las cabezas de los dirigentes de PSOE, Més y Podemos: si la economía funciona y se crea empleo, si hemos adoptado medidas sociales, si hemos gestionado sin grandes escándalos, ¿por qué tememos perder?

En el pasado, cuando se planteaba esta duda, la izquierda se revolvía orgullosa de sus principios y alertaba sobre los peligros de la llegada de los conservadores al poder. La expresión extrema de esta estrategia fue el vídeo del dóberman usado por los socialistas en la campaña de 1996. El problema es que los dóberman de la derechona ya no parecen asustar a los electores. La receta ya no funciona. La izquierda deberá echarle imaginación y trabajo para arrastrar a sus votantes a las urnas si desea seguir gobernando Balears. Los vientos mundiales y españoles no soplan a su favor.