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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

VOX, el nacional catolicismo

Con VOX reverdece el nacional catolicismo español, esa es su esencial adscripción ideológica, entroncada con la España eterna y, en la anterior Centuria, con la dictadura franquista

El entusiasmo que Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, que dice que hay que rezar más en vacaciones para mantener a raya el desenfreno, ha exhibido con el resultado de las elecciones en Andalucía, posibilita discernir cuál es la esencia del armatoste ideológico de la exultante extrema derecha española. No busquemos semejanzas en el Frente Nacional francés de Marine le Pen ni en la Liga del italiano Matteo Salvini. Esa es otra extrema derecha, muy ribeteada por la tradición fascista. VOX es otra cosa. La mayor semejanza se halla en el partido gobernante polaco, Ley y Justicia, o en el que también gobierna en Hungría con Viktor Orban de primer ministro. Es una extrema derecha nacional católica, antiliberal, nítidamente autoritaria, sobre la que disponemos de sobrada constatación: fue la que básicamente imperó a lo largo de la dictadura franquista, la que ha impregnado decisivamente siglos de historia española. VOX es el nacional catolicismo que nunca nos ha abandonado, el que halló, mal que bien, cobijo en el PP y ahora cree llegado el momento de reverdecer en los territorios de las Españas. Se comprende el entusiasmo de su ilustrísima el titular de la diócesis de Córdoba, que ha dicho lo que piensan la mayor parte de sus hermanos en Cristo del episcopado.

En Andalucía asistiremos raudos a una fenomenal eclosión del folclorismo nacional católico. Allí siempre ha mantenido destacada presencia. Irá a más. La unión entre el trono y el altar se acentuará: cualquier manifestación católica obtendrá una llamativa resonancia. PP y Ciudadanos se someterán gustosos a las demandas que les haga VOX. El PP hace suyo sin esfuerzo el lenguaje de los de Santiago Abascal. Atender a lo que predica el secretario general de los populares, Teodoro García Ejea, sobre cómo somos los españoles y lo que celebramos, nos desplaza, a través de la física cuántica de la palabra, a lo que fuimos cuando la momia que ha de ser exhumada del Valle de los Caídos, Dios mediante, habitaba en El Pardo. El PP, que debe agradecer los ímprobos esfuerzos de los medios amigos para insuflarles ánimos augurándoles debacle, pero con la posibilidad de gobernar junto a Ciudadanos y VOX, se encamina a una situación liliputiense, porque adoptar las proclamas de VOX solo beneficia a VOX.

No sorprende el entusiasmo del obispo de Córdoba ni el indisimulado del cardenal arzobispo de Valencia Antonio Cañizares, que siempre puso sus complacencias en el PP y ahora las reparte con VOX. La gran mayoría de obispos españoles, desafectos al papa Francisco, porque no tienen remedio, según afirmación de un clérigo sí proclive al pontífice romano, están ansiosos de que el pacto andaluz de las dos derechas con la extrema derecha llegue a La Moncloa. Allí quieren instalado a Casado o Rivera, mejor el primero, que es más de los suyos, pero uncido a Abascal, que, sin duda, es hijo fiel de la Iglesia.

Eso es lo que se dilucida en 2019: el retorno a lo que siempre fue y nunca debió dejar de haber sido. La muestra más próxima de lo que es posible que acontezca tiene escogido escenario: el ayuntamiento de Palma. Una mayoría de PP, Ciudadanos y VOX (el orden de llegada es muy posible que no sea el enunciado), con el general Coll de San Simón oficiando, propiciará una eclosión nacional católica en las fiestas de guardar: constantes asistencias corporativas a celebraciones religiosas, banderas a media asta y lo que sea menester. De hacerse con la mayoría en el Consistorio habrá más. Lo descrito será la imagen externa. No desesperen los que aguardan impacientes: ordenar silencio el Jueves y Viernes santo, costumbre liquidada al liquidarse la dictadura, allá por los años 70 del pasado siglo, devendrá tentación. No hay que tomárselo a patochada: Polonia y Hungría, a los que VOX quiere emular y Pablo Casado aprecia, son un recordatorio de lo que pugna por llegar. El húngaro viene de celebrar a Bolsonaro en Brasil.

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