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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Estatuas a tiempo parcial

Dado que el fenómeno se reproduce en Estados Unidos, Rusia o España, cabe concluir que el derribo rutinario de las estatuas urbanas no obedece a un cambio ideológico sino generacional. El señor con levita pierde prestancia y presencia, su identidad no despierta ni la emoción de un bostezo. Se procede al derribo traumático, contra personas traumatizadas pero que nunca antes leyeron un verso ni la peripecia del personaje suprimido. El arrebato periódico de iconoclastia debería fomentar la convicción de que las estatuas no son para siempre. Se facilitaría así el entierro de Franco sin desentierro de las hachas de guerra.

Los viejos próceres deberían ceder el siempre limitado espacio ajardinado a las personas de mérito que les han sucedido. Para garantizar un flujo no dramático, las estatuas deberían instalarse con la fecha de caducidad incorporada. El nacimiento y defunción del líder provecto se complementarían con los años de elevación del monumento, y de su futura caducidad en la plaza determinada. La datación implicaría el compromiso de sustitución. Esta rotación ocurre salvajemente con los edificios del paisaje urbano, y ni los arquitectos reivindican con alguna pasión la herencia patrimonial. Al contrario, se ensañan para insertar sus engendros.

Inmóviles no significa inamovibles. Corresponde a los jóvenes enfrentarse a la sabiduría adquirida, para corregir la clasificación de las estatuas a tiempo parcial. Con plazos de permanencia inferiores a una década, se relajará la tensión de rebuscar a personalidades impolutas. Ya habrán advertido que la señalética electrónica contemporánea permite aplicar el mismo tratamiento al nomenclátor del callejero, que podrá ser cambiado en los plafones a la velocidad suficiente para que cada tripulante de la urbe otorgue su nombre a una calle, por lo menos en un día de su vida.

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