Diario de Mallorca

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Nosotros los columnistas, tan racionales y sabios como somos, con los pies tan asentados en la tierra como mantenemos siempre, ya lo sabíamos: el año nuevo, con sus promesas, deseos e ilusiones, es una simpleza estúpida. ¿Cómo podría cambiar la marcha natural de las cosas un simple detalle del calendario, una fecha que depende de que ordenemos el tiempo de acuerdo con la sucesión de meses y de años decidida, por puro accidente, por un papa lejano? Que demos por bueno el nacimiento del Mesías hace veintiún siglos y fijemos la llegada del año nuevo a las doce en punto de la noche de San Silvestre es una cosa, y que por eso vaya a mejorar siquiera un ápice el desastre del mundo que nos rodea siempre que nos traguemos cada uva al ritmo de la campanada correspondiente es algo por completo distinto, algo absurdo. Tan absurdo como resulta que los presentadores de las televisiones compitan por llamar la atención y crear sorpresas allí donde todo se viene venir de antemano.

Lo probable es lo contrario, que la situación empeore en el mundo entero. Las señales son obvias, con la probabilidad de un Brexit salvaje, sin acuerdo alguno, que crece a medida que pasan las semanas. Con la amenaza de la llegada de una nueva crisis económica antes de que se haya ido del todo la anterior. Con los mercados financieros que se hunden, el euro bajo sospecha y el dólar amenazado por la guerra comercial entre China y los Estados Unidos. En el terreno de la política, la pinza de la extrema derecha que forman los presidentes Trump en Washington y Bolsonaro en Brasilia hace temer que América entera retroceda hasta las guerras tribales precolombinas. Por lo que hace a Europa, el populismo racista crece por doquier dispuesto a negar siquiera que la Ilustración y sus enciclopedistas, Montesquieu, Voltaire, Kant y Hume hayan existido alguna vez. Y ¿qué decir de la cuenta que puede añadirse con toda probabilidad al rosario fundamentalista que engranan Pujol, Mas, Puigdemont y Torra? Sin olvidarnos de la próxima idea genial que se sacará de la chistera mágica el doctor Sánchez, dispuesto como parece a terminar para siempre con el partido socialista obrero español.

No, el año 2019 no tiene pinta de ser mejor que el aciago 2018, en el que creíamos imposible ya caer más bajo. Es lo que tiene nuestra inteligencia extrema, ésa que nos hace considerarnos la cumbre de la naturaleza. Que se lo digan a los pasajeros extremeños del tren de Renfe que les dejó tirados en medio del campo y de la noche nada más estrenado el nuevo año. Será que España les roba, digo yo, si no es Cataluña y Euskadi quienes lo hacen. O qué pensar de la monarquía; de la de los Reyes Magos, por supuesto, que perecen compinchados con el muy republicano Papá Noel para engañarnos. Pues bien; menos mal que existen. Tal y como andan las cosas, más vale que creamos en los milagros.

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