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Susu Moll

La mirada femenina

Susu Moll Sarasola

Navidad en Agadir

Lo que más me gusta de Marruecos es que la gente es amable y se lo toma todo con mucha calma. Cada espera parece solucionarse con un té de menta y con una conversación en la que Messi siempre tiene cabida. Las puestas de sol son apoteósicas; el Tajine y el Cous cous, riquísimos; los árboles de Argán llenan el paisaje con su energía ancestral. El color de la tierra salina, a veces rojizo y otras más arenoso, confiere al entorno una enorme belleza.

Sólo hay una iglesia cristiana en todo Agadir y está rodeada de antidisturbios porque ha sido blanco de amenazas en varias ocasiones. A pesar de ello, el día de Navidad decidimos ir a misa con los abuelos.

Entramos y observo que hay unas cien personas, como mucho. Eso sí, de todas partes del mundo. Creyentes devotos que se juegan el cuello por ir a misa el día de Navidad en un país árabe. Como nosotros, pienso.

El sacerdote me saluda dándome la mano y no sé por qué demonios me viene a la cabeza Richard Harris, el prota de "Un hombre llamado caballo" y la imborrable escena de cuando los indios le cuelgan de los pezones a modo de prueba iniciática.

El sacerdote, que se ayuda de una gruesa lupa para enfocarlo todo, nos da la bienvenida con efusividad. Un grupo grande de españoles, posibles fieles potenciales para su pequeña diócesis.

Nos pregunta si estamos de paso. Le respondemos que si. Percibo en su cara un sutil gesto de decepción.

Durante la homilía cantamos en francés, en inglés, en italiano, en alemán, en polaco, en latín y en español. Un chico africano con una voz envolvente acompaña con algo de percusión. La ceremonia amenaza con alargarse bastante. Los niños se agobian. Pero todo es tan inusual€Me encanta.

De pronto, tras la comunión, el sacerdote nos deja un papel plastificado para leer. Es una oración en español. Nadie en el grupo lo quiere y pasa de mano en mano hasta que me llega a mi. Echo un vistazo a ver lo que pone por si hay alguna palabreja en la que pueda atascarme y no veo nada raro. Me pregunto por qué las oraciones eclesiásticas son tan extrañas y parecen como escritas por extranjeros.

Cuando el sacerdote avisa de que es el momento de leer ando despistada tratando de calmar a mi hijo de nueve años que me repite una y otra vez que quiere irse. Le pido que me espere. Me mira fijamente y me suelta que es ateo. Subo al altar algo desconcertada, me coloco en el púlpito. Miro y sonrío a los feligreses. Pienso, es el día de Navidad. Este es un momento importante. Tomo aire y recito el texto lo mejor que puedo. No me atasco en ninguna palabra y cierro con la siguiente frase:

Felices Navidades y buen año 2019!

Convencidísima, mirando a diestro y siniestro para involucrar a todo el mundo en ese deseo de prosperidad.

Sólo me faltó alzar la copa de vino.

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