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Prisión permanente, entre otras cosas

La sociedad padece, desde muchos siglos atrás, los efectos de un veneno que la estigmatiza, sin que el progreso habido en otras áreas haya acabado con unas desigualdades, subalternidades por etnia, raza o género, de las que por acción u omisión somos todos y en alguna medida corresponsables.

Por lo que respecta a las mujeres, sexismo o misoginia son patentes en un odioso espectro que abarca desde su relegación y consiguiente humillación por usurpación de sus derechos, a la violencia. En cuanto a lo primero, baste considerar la brecha salarial o el ninguneo a que vienen siendo sometidas. ¿Cuál es su proporción en la RAE respecto a los varones? Y, para abundar, hasta 2010 sólo dos entre 34 premios Cervantes, o únicamente 48 de los 881 premios Nobel concedidos hasta 2016. Se antoja obvia la urgente necesidad de interiorizar de una vez nuestra responsabilidad en el permanente atentado a esa libertad y dignidad que les vienen siendo hurtadas, y la injusticia carece incluso de adjetivación de considerar un acoso que puede terminar con su muerte.

Sea enfermedad mental o simple embrutecimiento, el caso es que todavía demasiados hombres siguen en la línea de aquella horda que en el siglo IV descuartizó a Hipatia, en plena calle, sin otro motivo que su reputación científica. En estos tiempos y sea por parte de sus parejas, las que lo fueron o debido a la lascivia de desconocidos, se siguen matando en este país a cinco o seis mujeres cada mes y, más allá del horror que algunos casos publicados con detalle han dejado en la memoria (las tres chicas de Alcàsser, en 1992, enterradas y troceadas, o el reciente juicio aquí al marido de Lucía Patrascu, acuchillada en su domicilio), quiero poner el énfasis en la reincidencia de algunos, ya previamente condenados, al ser puestos en libertad, lo que obliga a considerar la justeza de las vigentes medidas legales.

En 1992-93, el llamado "Violador del ascensor", Pedro Gallego, y tras salir de la cárcel tras dos asesinatos y 18 violaciones, cometió otras dos. Tony King, autor de previas agresiones sexuales en España e Inglaterra, mató posteriormente (2003) a Sonia Carabantes y Rocío Wanninkhof. La reclusión tampoco ejerció efecto disuasor alguno en Francisco Corbacho, "el violador del Eixample", autor de 4 entre 2004 y 2016. El que llaman "El chicle", asesino de Diana Quer en 2016, es asimismo reincidente y por no seguir, la violencia sexual y ulterior asesinato de Laura Luelmo hace pocas semanas, tuvo por autor a ese Bernardo Montoya, excarcelado tras 21 años por responsable de otro homicidio en 1995

Atentados y muertes por ser mujeres, ni más ni menos, que claman por un radical replanteamiento: desde la normativa moral impartida en los colegios a la reforma de una justicia anacrónica, atascada y que demasiadas veces se revela incapaz de poner coto a la intolerable situación. Afirmaba Adorno que el fin de la educación es evitar que Auschwitz se repita y, sin embargo, se diría que por lo que a ellas concierne sigue vigente, ya que la desaparición del machismo no parece ser uno de los objetivos prioritarios de los poderes públicos ni se diseñan estudios controlados que puedan evaluar, a medio y largo plazo, la eficacia de las enseñanzas programadas a este respecto. Y por seguir en la profilaxis, es sabido que demasiadas veces se banalizan -por parte de los propios agentes de seguridad- las denuncias por amenazas o violencia ejercida por la pareja o, cuando comprobadas y establecida la orden de alejamiento, no puede garantizarse la imposibilidad de transgresión, por lo que un dispositivo eléctrico implantado en los genitales del acusado y que se activase automáticamente al sobrepasar el perímetro de seguridad, como sugerí en su día, sería sin duda más disuasorio. Y menos probable que se pasara por el forro, como ocurre con la orden judicial.

Existen estadísticas oficiales sobre violencia de género desde 2003 y un Pacto de Estado al respecto desde 2017 aunque, como es patente, ni la prevención ha experimentado avances sustanciales ni la terapéutica, tras el delito, garantiza una oportuna rehabilitación. Los programas psicoeducativos en la cárcel son de asistencia voluntaria, la libertad vigilada (¿hasta qué punto y por quién?) no pasa del papel y, como prueba, unas reincidencias que no son la excepción, dados los perfiles psicológicos de los agresores. En tales circunstancias, cuando la reeducación no pueda garantizarse y la vigilancia no pase de eufemismo, sin otra garantía que una pulserita y periódicas visitas al juez, pues prisión permanente, ya vigente desde 2015 y al igual que existe en otros países. Por supuesto. ¿Revisable? De acuerdo, siempre y cuando quedasen claros los parámetros que harían posible abandonar las rejas, y es que ellas, las mujeres, no tienen por qué seguir viviendo bajo el imperio del miedo ni un minuto más. En cuanto a los varones, la mayoría quisiéramos salir por fin de una barbarie que, en cierto modo y muy a pesar nuestro, nos engloba. ¿Será el regalo para el nuevo año?

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