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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Nigorra, a la derecha de Gadafi

No recuerdo una sola conversación sobre política en que haya estado de acuerdo con Miguel Nigorra, y al banquero le molestaría mucho lo contrario. En cambio, puedo recordar cada palabra intercambiada con la sabiduría del canciller austriaco Bruno Kreisky, que era el mejor amigo del presidente del Banco de Crédito Balear. Y del terrorista Arafat, pongamos por caso. Y aquí la situación se complica, porque entra en juego la delicada idiosincrasia mallorquina, que obliga a barajar la diplomacia de un banquero que se erige en anfitrión de terroristas como Gadafi, mientras sentencia sin parpadear que "a mí un camarero no me dice dónde puedo construir", en alusión al concejal comunista Anselmo Martín.

Otros conservadores mallorquines intentan maquillar su radicalismo, y preferirían que no se les recordaran sus rasgos más extremos. Nigorra nunca participó de esta hipocresía. Posaba a la derecha de Gadafi en su casa de Santa Ponça, se negaba a que cenaran los hombres solos porque allí estaba el #metoo de Corona Nigorra para impedirlo, y a continuación te intentaba convencer de que el mallorquín era anterior al catalán, idioma con el que no tenía nada que ver.

Y otra virtud de Nigorra era que, a pesar de no compartir ni un átomo de tu visión del mundo, siempre estaba dispuesto a rebatirte desde la amabilidad. Era la misma cualidad que le permitía plantarse entre líderes izquierdistas que hubieran abominado de su ideario. Y curiosamente, Nigorra desaparece cuando reverdecen sus tesis políticas, que siempre le importaron más que su notable fortuna. El PP arrasó en Mallorca mientras logró combinar el núcleo férreo del banquero con el envoltorio regionalista de Cañellas. Los Nigorra han luchado durante décadas para que amaneciera algo parecido a Vox, y aquí está. No sé qué pensarían sus huéspedes Felipe González, Kreisky, Arafat y Gadafi.

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