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Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

Financiación

Increíblemente, la Lotería de Navidad no me tocó tampoco este año. Y eso que llevaba combinaciones numéricas absolutamente lógicas cuya sola lectura en voz alta sonaba a música celestial. El cuatro mil novecientos cincuenta y cinco, por ejemplo, un dodecasílabo perfecto, con sus dos hemistiquios, que dan ganas, más que de leerlo, de cantarlo. Lo compré en una administración muy conocida del centro de Madrid por consejo de mi madre muerta. Oí su voz al pasar junto al establecimiento:

-Juanjo, compra ese número que ves en el escaparate, el cuatro mil novecientos cincuenta y cinco.

Entré en la administración, claro, y compré cien euros. A más no me atreví, pues ya me había gastado, víctima de diversas voces y señales, trescientos euros este año. Todos los años recibo señales, el problema es que el 99% son falsas. La cuestión es cómo detectar la verdadera. La verdadera, a lo mejor, no la ves, porque resulta insignificante. Unos días antes del 22, por ejemplo, estaba fregando una taza para el desayuno cuando, antes de introducir el estropajo, vi que en su fondo los restos del café habían dibujado un siete. Me hizo gracia, pero no lo interpreté como una señal de que debía de comprar décimos terminados en ese número. El sábado pasado, cuando cantaron el Gordo, me tiraba de los pelos. ¿Cómo no fui capaz de adivinarlo?

El inconveniente de ir buscando señales es que las encuentras, y en abundancia, pero en su mayoría no son auténticas. Son señales fabricadas, qué sé yo, en China, donde los falsos bolsos de Loewe o las imitaciones de los pantalones vaqueros Lewis. Proceden de la China de mi cabeza, pues todos tenemos en el cerebro un falsificador de ilusiones. La ilusión mía de este año, como la de tantos y tantas, era que me tocara el Gordo. Y nada, amigos, ni el reintegro, que me habría dado para jugármelo todo en la del Niño. Estoy preocupado con el asunto este de las señales y las voces. Me pregunto si habrá un método para distinguir las genuinas de las aparentes. Si lo encuentro, si doy con ese método, me forro. Tal es el sueño con el que comienzo 2019. Se me ha roto, por cierto, el teléfono móvil, señal inequívoca de que he de adquirir otro. A ver si me lo financian.

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