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Daniel Capó

La derecha se posiciona

Tras el terremoto andaluz, los asesores demoscópicos de los partidos empiezan a recomponer sus estrategias. El PSOE da una última oportunidad al diálogo territorial trasladando el Consejo de Ministros de este viernes a Barcelona, pero sus barones autonómicos exigen a Pedro Sánchez un cambio de orientación en toda regla. Las encuestas que circulan en comunidades históricas para el socialismo, como Castilla-La Mancha o Extremadura, son indicativas de que Andalucía no es una anécdota explicable sólo en clave interna. También Podemos ha iniciado un giro en su discurso, ya sea reconociendo el fracaso del chavismo en Venezuela -hasta ahora uno de sus modelos de gestión- o reivindicando el valor aglutinador de los símbolos patrióticos -como ha hecho Íñigo Errejón-. La izquierda española parece haber captado que, en el actual momento populista, el conservadurismo también sabe jugar a mover emociones y explotarlas políticamente. Y lo va a hacer con creciente intensidad.

Los reposicionamientos en el centroderecha son inevitables, no sólo por el momento político que vivimos, sino también por la creciente competencia: se marca territorio y se lucha por el voto ideológico. El caso de Cs resulta interesante, ya que su propuesta de reformas sociales y económicas -muy en línea con lo que pregonan los países escandinavos- convive con una percepción muy dura, por parte de los nacionalismos y el socialismo español, de la línea de su discurso territorial. Lastrado por una cierta indefinición política -y por su alianza con los liberales europeos -, Cs deberá elegir entre atraerse el voto más a la derecha -PP y Vox- o potenciar su ala izquierda -una socialdemocracia más abierta a los mercados en lo económico y con un enfoque más jacobino-. Su opción tras las andaluzas parece ser el viraje hacia un centrismo de izquierdas, básicamente por dos motivos: evitar la acusación de estar blanqueando a Vox y pescar en el caladero del PSOE, cuyas expectativas han quedado mermadas tras el fiasco andaluz. El PP y Vox, en cambio, plantean su pugna claramente en el territorio propio del votante conservador: menor fiscalidad, orden público, valores morales. Y, al igual que los socialistas se han visto obligados a rehacer su discurso estas últimas semanas, los populares se hallan forzados a rearmarse ideológicamente debido al perfil bajo y neutro adoptado durante los años de Rajoy, mucho más centrados en la gestión cotidiana que en la elaboración de un proyecto ilusionante. El problema del PP, se decía entonces, es que carece de un proyecto de país más allá de mantenerse en el poder y preservar las vigas maestras del Estado. La defenestración de Soraya Sáenz de Santamaría y llegada de Pablo Casado han supuesto un vuelco notable en el discurso del partido, que parece enfatizar una retórica propia de los años 90: neoliberalismo en lo económico y juanpablismo segundo en lo moral. Pero, en realidad, lo que pretende Casado es cerrar el boquete abierto por Vox, al cual podemos calificar de "derecha sin complejos". La dificultad del PP consiste en que se encuentra entre dos formaciones que recortan su base de voto: uno desde el centrismo modernizador y otro desde el conservadurismo de orden. Y ambos se postulan como partidos nuevos sin el pecado original de la corrupción.

De las autonómicas va a salir un escenario fragmentado, que se asentará sobre premisas distintas a las de hace cuatro años. La crisis territorial ha activado la simbología y el voto en clave nacional, el crecimiento económico no ha logrado atemperar el malestar social, los dos partidos centrales siguen perdiendo base de voto, el euroescepticismo crece en toda Europa y muchos consensos se han roto. El nuevo punto de equilibrio no va a ser ya el de 2015 ni el de hace unas décadas. Me temo que decir adiós a la sobriedad tendrá sus costes. Y serán indudablemente altos.

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