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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Apagón informativo en el belén

Advertido Herodes de que hay tres Reyes Magos que se encaminan hacia sus tierras para rendir culto al Mesías recién nacido, el tetrarca decide cortar por lo sano.

Hay momentos en la historia en que es indispensable tomar medidas drásticas.

-­Que les hagan una emboscada y los maten a los tres.

Pese a su naturaleza pelota y proclive a dar la razón al que manda, los escribas y sacerdotes se echan las manos a la cabeza.

-Señor, que no es tan simple como asesinar€ qué se yo, a todos los niños menores de dos años de la región. Se trata de Reyes y encima Magos. ¿Y si sus pueblos luego nos piden cuentas, o dejan de comprar las armas que producimos? Debemos obrar con cautela, que parezca un accidente. O mejor, un beneficio para la comunidad. Redactemos una ley y luego dictemos una resolución inevitable.

Dicho y hecho, Herodes ordena el secuestro de la estrella venida del oeste que servía de guía a la regia comitiva, acusada de revelación de secretos, mensajera de la rebelión y de colaboradora necesaria para una eventual insurrección. Sin GPS que les oriente, los Magos no tardan en dar vueltas en círculo. Llega un momento en que no saben si van o vuelven. De manera que montan su campamento en un lugar resguardado y allí se quedan, dedicados al entretenimiento banal, a la espera de que vuelva a hacerse la luz.

Mas Herodes no cuenta con la solidaridad astral. Las demás estrellas del firmamento envían un mensaje claro y contundente al gobernante: hasta que la de Belén no sea liberada ellas no volverán a brillar. Se suma la Luna. En el nacimiento a oscuras no tarda en desatarse el caos.

-Señor, hay una revuelta de lavanderas que se niegan a trabajar a tientas y en estas condiciones tan precarias. Los pastores no encuentran a las ovejas, el gallo se ha trastornado definitivamente, y canta cada hora y media. El caganer fue a ejercer su función en la tapia de las chumberas y no ha vuelto a ser visto. Juraría que el grupo de soldados andaban cerca del pozo, pero de ellos tampoco se sabe nada. Los camellos están aprovechando la confusión para vender sustancias sospechosas. De hecho, los aldeanos tumbados alrededor de la hoguera se ríen tontamente sin parar y dicen que la noche es joven cuando todos los gatos son pardos. Hay una moza con un cántaro que asegura que un ser con alas se le apareció para revelarle que la luz es un derecho del pueblo, y que no puede ser requisada así como así. Por suerte, nadie la cree. Tal vez lo de la puñetera estrella no era una idea tan buena como nos pareció.

Herodes empieza a intuir que la ha pifiado, pero, clarividente, hace la pregunta del millón.

-¿Y qué sabemos del Niño?

-¿Qué Niño?

-El presunto Mesías.

En la densa oscuridad nadie se aclara. Unos dicen que ya ha nacido, otros que no. Algunos dicen que su madre recibió información de las más altas instancias y que la familia puso pies en polvorosa antes del gran apagón. La mula, testigo protegida, se niega a soltar prenda. Tras medir el tamaño de sus cuernos, el buey ha sido recusado como fuente fiable. Herodes tiene tres Reyes amigos del lujo, del oro, el incienso y la mirra, instalados en su territorio sine die, y una estrella de larga cola que no sabe cómo devolver al firmamento sin quedar como un auténtico cretino.

-Tal vez podemos preguntar a los romanos. Son un poco tiquismiquis con eso del Derecho, pero si no nos echan una mano siempre podemos darles la culpa.

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