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44

Un programa de la Sexta la lió literalmente parda el otro día tratando de encontrar a esos 44 individuos que votaron a Vox en Marinaleda, feudo del singular comunista Sánchez Gordillo. Un método infame de señalar a esos votantes como si fueran monos de feria, animales aberrantes y, en definitiva, sujetos dignos de ser vilipendiados, marcados y, en último extremo, agredidos si las cosas se ponen feas. Que un programa de televisión se dedique a esos sucios menesteres dice mucho de su catadura. No se me ocurre otra manera de calificar a ese tipo de periodismo: periodismo basura.

A la localidad andaluza se fueron los reporteros con el objetivo de dar con los susodichos votantes de Vox para que todos pudiésemos ver sus rostros, para comprobar si eran humanos o seres con tres ojos y orejas verdes y puntiagudas. Para ello, no se cortaron y preguntaron a algunos vecinos. ¿Dónde demonios se esconden los 44 de Vox? Algunos vecinos se resistieron a dar información sobre la identidad y domicilios de esos votantes. La periodista, cuya torpeza iba acompañada de cierta maldad -combinación a todas luces nefasta-, ante el silencio del interpelado, preguntaba: "¿Por qué no quiere hablar? ¿Teme represalias?" Como si no conociera el derecho a mantener en secreto el voto y, lo que es más grave, que las supuestas represalias en este caso las sufrirían también los votantes delatados de Vox, al estar en franca y abrumadora minoría. Sólo faltaba marcar con una cruz la puerta de sus viviendas, acompañado del lema: "Aquí vive un votante de Vox." A eso le llaman periodismo de investigación que practica, claro, la sacrosanta transparencia, es decir, que no existan zonas privadas y que todo quede a la vista de todo el mundo. Un periodismo chismoso, entre el "queremos saber" de Milá y el "quién sabe dónde" de Lobatón.

El derecho a la información nada tiene que ver con querer saberlo todo y que todos sepan quiénes son esos 44 votantes que se han atrevido a apoyar a un partido como Vox. ¿Qué pretenden con ello? Más que periodismo de investigación, se trata de periodismo de intromisión y acoso, por decirlo con suavidad. Cuando el periodismo derrapa hacia el sectarismo y el señalamiento, y se comporta y actúa como una vulgar banda que exige la colaboración de los vecinos. Dicho en crudo: trata de convertir a los vecinos en delatores. Una práctica muy sucia.

Cristina Pardo, la simpática y dicharachera periodista, la lió muy parda y pidió disculpas. Sin embargo, ahí está el programa como ejemplo perfecto de periodismo chusco y, a pesar de la frivolidad con el que se llevó a cabo, sumamente peligroso. Cuando el cotilleo alcanza cotas insoportables desemboca en ese tipo de programas infames cuyo fin es saberlo absolutamente todo de todos y, lo que es más grave, como si todos tuviéramos el derecho a saberlo, cuando en verdad a nadie importa o a nadie debería importar. En lugar de realizar un programa serio en el que se analice el ascenso de un partido como Vox, se dedican montar un descomunal despliegue e ir a la búsqueda y captura de esos votantes, marcándolos y, si puede ser, ponerles rostro para que todos veamos sus temibles facciones. Sin olvidar el fomento de la delación entre vecinos. Feo.

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