En El cuarto poder, Humphrey Bogart interpreta a un periodista que trata de desvelar los negocios sucios de un mafioso local, investigado infructuosamente por el Senado. Como es de suponer, no se lo ponen fácil. Hay una escena en la que un juez debe fallar sobre la venta del periódico que él dirige, un medio caracterizado por su independencia, lo que lo convierte en incómodo para determinados poderes fácticos. La operación supondrá su desaparición. Al inicio de la sesión, el magistrado, deliberadamente, aparece con un ejemplar de dicho periódico, The Day, entre sus manos y se declara lector del mismo, con lo que expresa ante la sala su respaldo a la función social de ese medio. Es un momento de enorme simbolismo en el contexto en el que nos movemos estos días, donde se pone en cuestión el respeto a la importantísima relevancia del periodismo para la ciudadanía y el correcto desempeño de las instituciones al servicio de esta. Otro instante culminante de la película de 1952 es cuando la madre de una joven asesinada supuestamente por sicarios del magnate investigado acude a la redacción a entregar unas pruebas que serán clave para desenmascararlo. "¿Por qué no acudió a la policía", le pregunta Bogart. "No conozco a la policía pero sí conozco a este periódico, aprendí a leer y escribir con él", le contesta ella.

Quienes redactaron la Constitución entendieron que la libertad de prensa es un valor clave en el desarrollo de la convivencia democrática. Por eso la protegieron, porque sabían por el pasado que también es un derecho fácilmente violable cuando el poder económico o político se siente amenazado por sus propios errores. Y eso es lo que parece haber pasado esta semana. La profesión asiste indignada al intento de secuestro, la consumación en uno de los casos, de las fuentes. Su privacidad ha sido vulnerada sin que, en el momento en que esto se escribe, se hayan explicitado de ningún modo las causas. Los dos folios del auto judicial no ofrecen, a mi entender, justificación de ningún tipo a una intromisión en la confidencialidad que nos debe parecer extraordinariamente grave. Porque es extraordinario que la policía requise el teléfono móvil a un periodista que hace su trabajo y que no está incluido en ninguna causa. Y es extraordinario que lo haga sin permitirle antes atender el requerimiento asesorado por un abogado. La acción parece sobredimensionada y sospechosamente urgente.

La Constitución protege el secreto profesional del periodista, pero por lo visto tendremos que volver a explicar por qué. Porque le permite llegar allí donde otros no lo consiguen para tratar de sacar a la luz injusticias, abusos y corrupción de arquitectura compleja que de otra forma podrían quedar impunes y sostenerse en el tiempo, y que nacen en el corazón del propio sistema. Un periodismo sin sus propias fuentes se convierte simplemente en un vocero, en el correveidile de la versión oficial. La confianza del lector, del oyente, del espectador, hacia los que informamos no es gratuita. Nos la labramos día a día, a fuerza de aproximar al público los elementos necesarios para que éste pueda formarse un criterio sobre la realidad que le implica, con rigor y sentido de la responsabilidad.

En la columna publicada póstumamente en The Washington Post tras haber sido descuartizado brutalmente por orden del régimen de su país, Jamal Khashoggi denuncia que la mayoría de los países árabes tienen a sus ciudadanos "desinformados" y que eso les impide "abordar adecuadamente los asuntos que afectan a la región y a sus vidas cotidianas". La falsa narrativa acecha en países tan pretendidamente democráticos como Estados Unidos. ¿Quién de ustedes desea esto? El periodista saudí y otros tres colegas han sido homenajeados estos días por la revista Time por haber defendido la profesión aún a costa de las amenazas del poder de los países en los que desempeñaban su tarea informativa. Dos de ellos están en prisión desde hace un año en Birmania, donde investigaban el asesinato de varios miembros de la etnia rohingya a manos de las fuerzas de seguridad de aquél país.

Que los tribunales sean el lugar en el que se dirimen las responsabilidades de una investigación es lo correcto. Que no se interfiera en los derechos que amparan la labor periodística, también. "Una prensa honrada y valiente es la principal protección del público contra el gangsterismo local o internacional", nuevamente premonitorio, Ed Hutcheson en El Cuarto Poder. El cine nos enseña cosas porque refleja lo que ve.