Diario de Mallorca

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Menuda la armó Gabriel Celaya al decir que la poesía es un arma cargada de futuro. La metáfora bellísima unida a la contradicción absoluta que se da al unir dos conceptos opuestos como son el de poesía y el de arma se vuelven catástrofe si, con la cortedad de miras por medio, alguien toma el significado de esas palabras en un sentido literal. Pero lo peor de todo aparece cuando no es uno solo el cortito sino la comunidad en su conjunto; llegamos así al lugar en que nos encontramos hoy y que, por cierto, es el que nos corresponde. La culpa de lo que nos pasa no la tienen, desde luego, los marcianos.

Comenzó la distorsión de las palabras de la mano del lenguaje inclusivo no sexista para el que, por cierto, hay incluso un manual sacado a la luz por el ministerio de Educación. Una vez que se da por supuesto que las palabras con sentido masculino, como "ciudadano", por ejemplo, no sirven de manera general para incluir a las mujeres, se abre la puerta a la duplicación sistemática -ciudadanos y ciudadanas; diputados y diputadas; médicos y médicas- que convierte las frases, al poco, en un galimatías. En particular si quien habla tiene un cargo político, cosa que obliga, según parece, a duplicar el género por norma. Curioso es que eso no suceda al revés, cuando la palabra es femenina. Que yo sepa no hay de momento ninguna autoridad en el ejercicio de su cargo que diga "las personas y los personos" pero todo se andará; es cuestión de que pasen los años. Y confío en que el manual del ministerio dé pistas a tal respecto.

Al lenguaje inclusivo que evita las discriminaciones de género se une ahora el frente animalista. La llamada PETA (Personas -y personos, añado yo- por el Trato Ético de los animales -y las animalas-) ha propuesto cambiar los dichos populares que implican maltrato animal por otras que sean respetuosas con la fauna. Por ejemplo, no hay que usar ya el refrán de matar dos pájaros de un tiro si se puede decir alimentar dos pájaros con un panecillo. Como es obvio, eso se debería aplicar además a las pájaras, aunque no termina de quedar claro si las panecillas aguardan turno también. En según qué ocasiones, no hay que ser un conejillo de indias sino volverse un tubo de ensayo, ni tampoco cabe asegurar que la curiosidad mató al gato; se limitó a emocionarle. De los demás ejemplos de lenguaje amable, me quedo con el de agarrar al toro por los cuernos. Se trata en vez de coger la flor por las espinas. Pero digo yo que habrá que hacerlo de manera cuidadosa para no herir las emociones vegetales, poniendo cuidado en el peligro que tiene olvidarnos de los espinos presentes. Por fin, queda el detalle por aclarar de si el bálsamo que dulcifica las palabras debe ser retroactivo, Ardo en deseos de ver cómo quedan el Quijote en lenguaje inclusivo no sexista, El mercader de Venecia libre de antisemitismos y los cuentos de Hemingway con exclusión de violencia hacia cualquier fiera.

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