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Antonio Papell

El falso relato del independentismo

Todo aniversario de la Carta Magna, poco antes de proponer la "vía eslovena" -es decir, la guerra-, que la Constitución es "una jaula" para Cataluña. La afirmación es perfectamente coherente con el relato que ha fabricado y que sostiene con desparpajo el independentismo catalán, que le mantiene cerca de la mayoría social, aunque sin llegar a alcanzarla (esta es la diferencia con Eslovenia: allá, el 90% de los eslovenos era partidario de poner fin a la artificial unión con Serbia).

Para entender la Cataluña actual, la que ha permanecido cuarenta años enjaulada, parece lógico establecer algunas comparaciones con la Cataluña anterior al enjaulamiento. El Principado, que se acomodó como los demás territorios a la dictadura franquista en 1939, no tuvo problema alguno para proveer de ilustres apellidos catalanes las procuradurías en Cortes, las corporaciones municipales, las diputaciones provinciales, las delegaciones ministeriales, los gobiernos civiles, las direcciones de los medios de comunicación y los demás cargos estratégicos que eran designados por el régimen por su reconocida fidelidad al sistema.

En aquella Cataluña anterior a la indigna reclusión carcelaria, ya se podía utilizar el catalán como lengua vulgar y familiar, pero ni se enseñaba en las escuelas -de hecho, muchos de quienes éramos niños en aquella época y teníamos el catalán como lengua materna no aprendimos a escribirlo- ni era posible utilizarlo en cualquier gestión oficial; tampoco se utilizaba apenas en la creación, y la edición en catalán estuvo primero prohibida y después fue testimonial. Obviamente, los partidos estaban proscritos, los sindicatos eran ficciones verticales, no existía la menor descentralización administrativa ni mucho menos política, el nacionalismo era cuasi residual y estaba sometido a la persecución que se aplicaba a cualquier disidencia. Ocioso es decir que cuando llegó la Transición, un par de años antes de la Constitución, se abrieron puertas y ventanas y comenzó una recuperación integral de la identidad catalana que pronto devolvió a aquella sociedad al uso libérrimo de su acervo cultual y su capacidad de autodeterminación personal y social.

Por eso, la sociedad catalana y sus emergentes partidos tras la travesía del desierto de la dictadura se volcaron entusiasmados en la construcción del nuevo orden. Primero Tarradellas y después Jordi Pujol y su epígono Miquel Roca fueron decisivos en la redacción de un texto constitucional, que consagraba las nacionalidades distintas de la española, daba acceso al nacionalismo a las cámaras legislativas, otorgaba la mayor autonomía imaginable a las regiones y llegaba fin, mucho más lejos que la Segunda República en el reconocimiento de la diversidad territorial.

Gracias a aquel esfuerzo de laboriosidad, imaginación, inteligencia y consenso, el salto que España en general y Cataluña en particular han dado es inefable. La estadística nos ha informado del enriquecimiento material, político y cultural que se ha producido en este plazo. Con todo, Torra y los suyos son pertinaces.

En efecto, la tesis de la jaula, que habría apresado al pujolismo hasta reducirlo a la impotencia, incluye la falacia de que el catalanismo político de CiU estuvo constreñido y sojuzgado por el sistema, cuando la realidad es que Pujol no sólo no planteó jamás la independencia mientras gobernó sino que tampoco reclamó durante su larga etapa de poder la reforma del Estatuto de Autonomía. Tuvieron que pasar años desde su retirada voluntaria de la política, en 2003, para que el president por antonomasia se declarara independentista. Y por razones bien poco edificantes.

El falso relato soberanista, que afirma que Cataluña ha estado todo este tiempo preso en las garras del Estado opresor, se inventa pues una ficción inexistente. Y sobre la misma invención se construye la idea de que en Cataluña existe una mayoría social independentista, que no es real. Lo más divertido del relato falaz es sin embargo que esas cuadrillas de ineptos que están al frente de las instituciones autonómicas afirman que serían capaces de hacer florecer una imaginaria república independiente. ¿Alguien se imagina la eficacia de unos personajes fanáticos y espesos como Puigdemont o Torra al frente de un Estado por construir?

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