A tenor de los resultados de las elecciones andaluzas, los medios de comunicación y la opinión pública han puesto el foco en la notable irrupción de Vox en el Parlamento andaluz. Visto con retrovisor, parece que el lleno del Palacio de Vistalegre del pasado octubre por parte de los ultraderechistas anticipaba que lo ocurrido este domingo en Andalucía no es un mero accidente electoral, sino una tendencia global en aumento, reveladora de las peores pulsiones existentes en la sociedad. El odio, la frustración y el miedo son instrumentalizados demagógicamente por partidos que carecen de programa electoral (el de Vox en Andalucía solo tenía seis páginas) y que apelan al electorado para que vote y se movilice frente a esto o contra aquello. Lo preocupante es que el discurso de la extrema derecha no solo lo han apoyado en las urnas los "convencidos" de antemano, sino que también ha logrado captar el voto de una significativa y heterogénea masa crítica andaluza, lo que arroja indicios de que el llamado neofranquismo sociológico podría convertirse en una importante fuerza electoral.

En realidad, desde el fin de la II Guerra Mundial, la extrema derecha política y social, de un modo u otro, siempre ha estado presente en los Parlamentos, por lo general camuflada entre la derecha tradicional. En el caso de España, cabe recordar que ya en 1979 Blas Piñar, líder de Fuerza Nueva, se convirtió en diputado electo en el Congreso con la coalición Unión Nacional. Además, la extrema derecha ya está presente en varias instituciones municipales, como es el caso de Plataforma per Catalunya. La diferencia fundamental es que en los últimos tiempos la extrema derecha española ha ganado una fuerza y visibilidad mediática y social de la que no gozaba desde la Transición. Tanto es así que hoy desfila sin complejos por las calles y los platós, exhibiendo sus discursos de odio y rencor.

En España, la extrema derecha también desempeñó su papel en el contexto de la última etapa del régimen de Franco, en la transición a la democracia y en el proceso de consolidación del actual régimen político electoral. Hoy, el principal papel de la extrema derecha a escala global es convertirse en una pieza clave del engranaje que busca configurar y consolidar un régimen asentado en tres pilares: conservadurismo, elitismo y autoritarismo. Es lo que en clave de análisis vengo llamando fascismo electoral: un régimen formalmente democrático que se utiliza para vaciar la política representativa y electoral mediante una democracia residual e impotente puesta al servicio de intereses reaccionarios y no igualitarios. Grecia, Italia, Estados Unidos y Brasil son, en diferentes medidas e intensidades, ejemplos recientes de este fenómeno.

Estos tres pilares formaron parte intrínseca de las estructuras franquistas y varios de esos elementos elitistas, autoritarios y conservadores pervivieron, con mayor o menor fortuna, en los consensos de la Transición. ¿Cómo se explica, si no, que, después de Camboya, España es el segundo país del mundo con el mayor número de fosas comunes con desaparecidos forzados cuyos restos todavía no se han exhumado ni identificado? ¿Qué origen tiene el precepto constitucional y la retórica política que proclama la "indisoluble unidad de la nación española" como una entidad cerrada que hay que preservar? ¿De qué nos extrañamos en un país en el que la Fundación Francisco Franco, financiada con dinero público, es legal? ¿Recuerdan a Esperanza Aguirre y a Jaime Mayor Oreja (exministros del Gobierno español) en aquella manifestación previa al referéndum de independencia de Cataluña del 1 de octubre en la que se entonaba el Cara al sol? ¿Hace falta recordar que no fue hasta el año 2002 que el Partido Popular condenó por primera vez en sede parlamentaria la dictadura franquista y que desde entonces no ha ratificado ninguna otra iniciativa parlamentaria en este sentido?

Para entender la supervivencia y el resurgimiento de la extrema derecha en España, es imprescindible poner la mirada en nuestro pasado histórico reciente. Este ofrece una importante clave explicativa: la Transición española no estuvo fundada en el antifranquismo ni en el antifascismo, sino en su olvido e incluso en su blanqueamiento. Ni la democracia española ni el régimen de 1978 tuvieron entre sus bases fundacionales la legitimidad del antifranquismo, a diferencia de lo que ocurrió en casos como el italiano, el francés, el alemán y el portugués, en los que el espíritu antifascista fue determinante. En este sentido, atribuir el auge de Vox principal y casi exclusivamente a una reacción contra el independentismo es un planteamiento simplista y corto de miras. Es como explicar la existencia del machismo por el hecho de que haya mujeres feministas o como explicar las causas de la homofobia debido a la existencia de personas LGTBI.

Las izquierdas tienen por delante afrontar los desafíos más urgentes y ambiciosos de la historia democrática de este país: recuperar la calle, hacer autocrítica constructiva, luchar por la radicalidad democrática, sostener y ampliar el Estado de Bienestar menguado por el neoliberalismo, unirse solidariamente en su diversidad en un frente común y poner en jaque los consensos reaccionarios que la derecha y la extrema derecha tratarán de establecer o reforzar (españolismo excluyente, racismo, bandera de la antiinmigración y la xenofobia, confesionalidad del Estado, ofensiva contra el virus izquierdista, eliminar o mermar los derechos conseguidos gracias a las luchas LGTBI, satanizar la "ideología de género" y derogar la ley de violencia de género, acabar con las leyes de memoria histórica, etc.). Tienen la responsabilidad colectiva de contradecir el maldito y a la vez profético verso de Jaime Gil de Biedma: "De todas las historias de la Historia sin duda la más triste es la de España, porque termina mal".