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Lo siento: Me he equivocado. ¿Cuántas veces?

Es sabido que la desvergüenza en este país está aforada y así va a seguir aunque, mal que les pese a muchos, incluido el Rey emérito en el que hoy pongo el acento, la amnistía no supone amnesia, ni relativizar el juicio que nos merecen ciertos comportamientos implica hacer de la higiene un hábito restringido al cuarto de baño, dejando que los mandamases conviertan la democracia en suelo de sus cortijos.

Realmente -y el término viene de perlas tratándose de la realeza-, Juan Carlos I viene siendo el mejor argumento para instaurar una república a la que sumar Cataluña, dado que ni siquiera tras su abdicación ha mejorado el estado de la cuestión como se ha podido comprobar y, para muestra de sus reiteradas meteduras de pata, antes y después de la cojera, aquí va lo que todos sabemos y podría ampliarse Villarejo mediante.

Intentar ponerlo en valor el pasado jueves, aprovechando el 40º aniversario de la Constitución, no cuela y, para comenzar, irse al Okavango a por el proboscídeo, origen de la disculpa que subraya el título, sólo fue una muestra más de su afición por los mamíferos descomunales, porque también se hizo con osos en Suecia (1988), en 2004 con un bisonte o en 2006 y en Rusia con el oso Mitrofán. De haberse dedicado al conejo en exclusiva podría haber evitado el repetido espectáculo, aunque también por ahí parece hacer agua en boca de su presunta amante Corinna Larsen.

La tal amiguita y según ella misma cuenta -aunque la Justicia ni el menor caso, ¡faltaría más!, y el aforado mutis por el foro-, le sirvió de testaferro para la evasión de capital a Suiza, y asimismo, el cobro de comisiones con las que financiar su ejemplaridad en el buen vivir no parece excepcional; entre ellas, la que habría percibido por su intermediación en la adjudicación a empresas españolas del AVE a La Meca. Pese a todo, el oscurantismo de que ha hecho gala desde que accedió al momio tras la muerte del dictador, le permitió hacer de su capa un sayo en toda circunstancia y así, para operarse tras el traumatismo eligió una clínica privada en lugar de cualquier hospital público, lo que dijo poco en favor de la red sanitaria que utilizan la mayoría de españolitos con menos posibles aunque la financiemos con nuestros impuestos. Lo que no debe ser su caso y de ahí que, tras el alta, la contrición por el enésimo error no alcanzara la difusión que propició el abatido paquidermo en Botswana.

La trayectoria del emérito ha estado trufada de lamentables -cuando no execrables- actuaciones en los lapsos que mediaban entre unos discursos navideños leídos al dictado y que, en el mejor de los casos, sólo inducían a pensar en la razón que asistía a Séneca cuando acusó a algunos de hablar de un modo y vivir de otro. Por lo que a él respecta, también han faltado pruebas de que el cargo sumase, a la digitación, competencias otras que la de sobrevivir a reiterados despropósitos.

Y para evitar que las opiniones antedichas pudieran tildarse de apriorísticas y fruto de creencias por sobre las flagrantes evidencias, ahí lo tienen, el pasado verano, asistiendo con pleno disfrute a una corrida de toros en la Semana Grande de San Sebastián (como anteriormente en otras plazas) y recibiendo complacido la montera con que le obsequió el torero, quizá sabedor de la propensión del homenajeado para ponerse por montera, junto a la anterior, la opinión de un 75% de sus antes súbditos, que consideran el espectáculo taurino, a diferencia del ex monarca, una exhibición pública de tortura animal sin excusa estética ni justificación moral que valgan, aunque sea ya norma entre dirigentes políticos y otros próceres de este país la de banalizar el mal excepto cuando pueda afectar a la estabilidad de su poltrona u obstaculizar el acceso a la misma.

A la vista del sultanesco talante del mencionado Borbón, y aunque prefiriese en aquella ocasión abatir al elefante en vez de montarlo, no debe extrañar que a finales del pasado noviembre se fotografiara el amistoso encuentro que mantuvo en Abu Dabi, a propósito del premio de Fórmula Uno, con Mohamed ben Salmán, el de Arabia Saudí y con alta probabilidad responsable del asesinato de Jamal Kashoggi, motivo por el que en Occidente se plantean revisar sus relaciones con ellos aunque a nuestro mantenido, y a lo que parece, se le de una higa. Otra vez un error y, si preguntado al respecto, el consabido "Lo siento; me he equivocado". Una vez más, para subrayar la actualidad de lo que un día aconsejara Beckett y, Don Juan Carlos, por montera o por el forro: que hay que fracasar mejor.

Llegados aquí, no es impropio deducir que el susodicho no merece perdón y tal vez, aunque únicamente fuese para procurarnos en lo posible un mejor futuro, tampoco olvido. Por lo demás, sólo cabe esperar que la astilla de tal palo y que hoy ocupa su puesto, contradiga el aserto aunque, siquiera por curarse en salud, tal vez ni palo ni astilla sean la mejor solución en los años por venir.

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