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Eduardo Jordà

Nuestra Constitución

El mismo día que se aprobó la Constitución en el Congreso, el 21 de julio de 1978, hace ahora cuarenta años, ETA asesinaba en Madrid a un general de brigada y a un teniente coronel. No fueron los únicos. Entre 1975 y 1982, ETA y el GRAPO -esos simpáticos ídolos de Valtònyc- asesinaron a ocho generales y a unos veinte altos mandos del Ejército. Se dice pronto, ocho generales y veinte altos mandos, porque estamos hablando de tiempos de paz, no de una guerra declarada con sus ofensivas y sus bombardeos de aviación. Para que nos hagamos una idea, los norteamericanos perdieron a un total de 23 altos mandos en combate durante toda la II Guerra Mundial, y entre esas bajas hay que contar la terrible campaña del Pacífico contra los japoneses, con los portaaviones hundidos por los kamikazes y las batallas de Guadalcanal y Okinawa e Iwo Jima. Los alemanes, por su parte, tuvieron 136 bajas de altos mandos en combate durante la II Guerra Mundial, más o menos las mismas que tuvo el Ejército Rojo, entre las que hay que contar al gran Ivan Cherniakovski, aquel general judío (aunque eso no está demostrado) al que Bolaño dedicó páginas extraordinarias en 'Estrella distante'. Es decir, que esos generales asesinados por ETA y el GRAPO durante los años de la Transición equivalen al número normal de bajas de altos mandos durante un año de combates feroces en la Segunda Guerra Mundial.

Lo cuento porque hay gente -mucha, muchísima- que dice que nuestra Constitución no tiene valor porque fue impuesta por los militares. Es evidente que todas las constituciones se redactan en medio de una serie de circunstancias económicas y sociales -guerras, posguerras, penurias, injusticias, epidemias-, y eso le pasó a la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, en 1789, redactada cuando estaba en vigor la esclavitud, cuando las mujeres no podían votar ni tenían derechos civiles de ninguna clase y cuando una gran parte de la población francesa pasaba hambre y vivía en condiciones lamentables. Vale, de acuerdo, pero ninguna de esas circunstancias puede invalidar el contenido de la Declaración de los Derechos del Hombre, que ha guiado casi todas las Constituciones que se han proclamado desde entonces (entre otras muchas, la de 1812 de las Cortes de Cádiz, la soviética de 1918 y la nuestra de 1978). Ahora bien, me pregunto si esta gente se hace una idea de cómo eran las cosas en aquellos años. Los que éramos jóvenes entonces nos acordamos -aunque hay gente que vivió todo aquello pero sufre ahora una extraña amnesia selectiva-, y por eso mismo sabemos que las circunstancias fueron terriblemente difíciles. Repito que el número de generales y altos mandos asesinados en muy poco tiempo equivalía a la cifra de altos mandos caídos en una campaña entera de la II Guerra Mundial. Y a esto hay que sumar las huelgas continuas, las protestas callejeras, las manifestaciones violentas, la inflación disparada (que llegó a alcanzar un 25%), aparte de la actuación de la extrema derecha, que no eran los votantes de Vox, sino tipos cerriles que llevaban armas y metralletas y cadenas y que contaban con compinches de la Triple A argentina y con sicarios de la mafia marsellesa. Y entonces, no lo olvidemos, no había Unión Europea ni OTAN ni nada que se le pareciera. Si en la España de 1978 hubiéramos empezado de nuevo a pegarnos tiros en las calles, según nuestras viejas costumbres, nadie hubiera movido un dedo en ningún rincón del mundo.

Por lo visto, la Constitución fue una imposición vergonzosa porque no recogió el derecho de autodeterminación. Da vergüenza repetir que el derecho de autodeterminación no está recogido en ninguna Constitución europea y tan sólo en tres o cuatro países del Tercer Mundo (Etiopía y Sudán y un archipiélago caribeño, y pare usted de contar). En 1978, el derecho de autodeterminación estaba recogido, sí, en la constitución soviética y en la constitución de lo que entonces era Yugoslavia, pero con la salvedad de que el primero que se atreviera a pedir el derecho de autodeterminación en la URSS se ganaba un cómodo viaje a Siberia con todos los gastos pagados. Y en Yugoslavia ya se encargaba el ejército de que nadie pidiera ejercer tal derecho. Por lo demás, ya sabemos cómo acabó Yugoslavia en 1992.

La Constitución no es perfecta, claro que no -ninguna lo es-, pero lo que es evidente es que fue concebida por unos políticos con una inteligencia política desusada. Me he leído los debates constitucionales -soy así de raro- y no hay nadie ahora mismo en nuestra clase política que posea ni una décima parte de la visión política, la grandeza humana, los conocimientos jurídicos y la inteligencia natural que demostraron tener los siete ponentes de la Constitución. Y no lo duden, la próxima, si la hay, se votará en Twitter entre debate y debate de Operación Triunfo. Lo que nos vamos a reír si llegamos a verlo.

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