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Antonio Papell

VOX, el fin de la anomalía

Felipe González ha dicho irónicamente que con el advenimiento de VOX España ha resuelto una de sus anomalías, puesto que todos los países de nuestro entorno político y cultural tienen ya sus organizaciones de extrema derecha. Aquí pareció que el hecho de haber padecido tanto tiempo el franquismo nos había vacunado contra esta enfermedad, que Fraga contribuyó también a evitar por el procedimiento de integrar a sectores ultramontanos de la derecha. Mariano Rajoy, que al margen de los defectos que cada cual le pueda atribuir era un hombre moderado, no pudo evitar que los más radicales de los suyos se escindiesen, por intereses no siempre ideológicos.

Lo cierto es que VOX, fundado en 2013 para "recoger el voto de la derecha desencantada con las políticas del PP", no ha conseguido salir a la superficie hasta que el Partido Popular ha llegado a sus horas más bajas con las condenas por corrupción y la expulsión de Rajoy del poder por la moción de censura, y hasta que el conflicto catalán ha llegado a su más dramático enquistamiento, con políticos presos y huidos y al borde de un proceso judicial por rebelión según la fiscalía del Estado. En estas circunstancias, la formación dirigida por Santiago Abascal ha conseguido colar su mensaje nada menos que en Andalucía, donde el PSOE está claramente desgastado y donde el PP ha llegado también a una verdadera indigencia política e intelectual. Lo cierto es que la nueva formación ha tomado encarnadura con más del 10 % de los votos en la mayor comunidad autónoma de España, y ello es augurio de su instalación ya sin retorno en todo el Estado. Ha conseguido algo así como lo que logró Podemos cuando se coló con inesperado ímpetu en las elecciones europeas de 2015, que fueron su estreno oficial. En definitiva, y como ha dicho Santiago Abascal, Vox tiene en la actualidad la llave de San Telmo. Si prevalecen los criterios de afinidad, PP y Ciudadanos lo necesitan para gobernar Andalucía. El PP ya se ha arrojado a sus brazos, en tanto Ciudadanos duda (menos mal), aunque algunas inquietantes manifestaciones hacen pensar que sus escrúpulos son superables.

No es cuestión de someter ahora a VOX a una especie de causa general. Ha mantenido un discurso inconstitucional en lo referente al sistema constitucional de organización del Estado (pretende regresar al Estado unitario), y xenófobo (cree que inmigración y delincuencia van de la mano), abomina de las políticas de género y de las de memoria histórica, es homófobo porque niega el matrimonio homosexual, es nacionalista hasta la intransigencia€ En definitiva, se parece extraordinariamente a la Agrupación Nacional de Marine Le Pen (Rassemblement National, RN, antiguo Front National, FN), a la Liga de Salvini y a la Alternativa para Alemania. De hecho, algunas de estas formaciones han felicitado calurosamente a Santiago Abascal para que no quepan dudas.

El dilema que ahora se plantean (o deberían plantearse) las formaciones democráticas conservadoras es qué hacer con VOX, que ha llamado al PP "la derechita cobarde". No toda Europa se ha comportado de la misma manera con el populismo neofascista. En Francia y en Alemania, las organizaciones ultraderechistas están sometidas a un cordón sanitario que las aísla. Y, como ha explicado el politólogo Pablo Simón, existe también un segundo modelo de conducta en que "la ultraderecha participa en gobiernos, como el caso de Italia con la Liga Norte o el de Austria con el FPÖ". El tercer modelo es el encarnado por Suecia o Países Bajos, "que han tenido gobiernos apoyados desde fuera por la extrema derecha", algo que el experto considera que "podría ocurrir en Andalucía"€

Hay quien opina que el cordón sanitario puede ser positivo para el partido sometido a él ya que lo dota de un evidente reconocimiento, aunque sea para mal. Otros pensamos que la democracia padece y se degrada cuando las fuerzas democráticas entran en connivencia con organizaciones que proponen reformas que desnaturalizarían la democracia porque cuestionan aspectos vitales. Y en este caso, el aislamiento de los radicales salvaría claramente la dignidad del Estado. Por otra parte, la connivencia con ellos desacredita para siempre a quien la mantenga.

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