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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

Constitución: así es la rosa

Recomendaba Juan Ramón Jiménez dejar a la rosa como estaba, no fuera que, deseándola perfeccionar, acabáramos por fastidiarla. Dígase casi lo mismo en el caso de nuestra Constitución. Pero al respecto, una serie de reflexiones, desde una óptica de satisfacción por lo que los españoles conseguimos en 1978. Hace cuarenta años, casi nada, y en circunstancias mucho más complejas que las actuales.

Comencemos por lo más relevante. Si repasamos el texto constitucional, descubrimos su férrea consistencia de cara al futuro de España como nación de monarquía constitucional y parlamentaria. No es preciso ampliar mucho más el concepto de estructura unitaria para tal descubrimiento: somos un conjunto unido en la diferencia con un referente perfectamente democrático, tal que es la monarquía constitucional y parlamentaria. Puede perfeccionarse todavía más la realidad autonómica, pero habrá que tener mucho cuidado en matizarla tanto que la unidad salga fracturada. En todo caso, es posible revisar el articulado de tal realidad, de forma que se reajusten las necesarias coincidencias y las evidentes diferencias con el paso del tiempo demostradas. Pero nunca será tarea fácil. Repetimos lo de la rosa: "así es la rosa".

Y seguimos con una segunda reflexión. Todos los grupos políticos pretenden una articulación constitucional que, de suyo, corresponda exhaustivamente a sus principios: un texto constitucional a su imagen y semejanza. Es normal. Pero el legislador de antes y de ahora parece que tiene la obligación de constitucionalizar el conjunto de intenciones para que todos esos grupos de constituyan en realidad "hacia la unidad" y nunca "hacia la dispersión". De lo contrario, se daría a luz un territorio sociopolítico insoportable para sus propios intereses y aquellos internacionales que se hacen necesarios en la actualidad. Partidos para la constitución de un todo organizado y no un todo organizado para saciar ambiciones constitucionales de cada partido en concreto. Ambiciones, sí, pero ambiciones destructoras de una utopía conjuntiva, no sería precisamente fructífero para un territorio exaltado de emociones apasionadas como es el de España. Repetimos lo de la rosa: "déjala estar, así es la rosa".

Y en tercer lugar, una constitucionalidad abierta para una Iglesia Católica abierta. Muchos tenemos claro que sería mejor perfeccionar la actual redacción del texto constitucional en lo referente a la aconfesionalidad del estado. Pero se trataría de una rectificación mínima, casi en lo que hace alusión explícita a la Iglesia Católica, que puede resultar discriminatoria para otras confesiones por circunscribir el ámbito de la relación con el estado en régimen de prioridad. Pero de manera alguna transformar la laicidad en laicismo agresivo. Por otra parte, nada aumentará más y mejor la fiabilidad eclesial en España que su equiparación con otros modos de entender la relación con la trascendencia religiosa. Pero, a su vez, nada sería más ignorante que aprovechar una situación de alteración constitucional para menospreciar el "hecho religioso" en la historia del conjunto. Además de las urgencias pragmáticas que subyacen. Estado es el que está en su presente y en su futuro? pero no menos en su parado mejor y más, sustantivo. Las grandes constituciones así lo demuestran, pero es que además es de sentido común. Volvemos a la rosa.

Y, sin embargo, es evidente que nuestro texto constitucional solicita una serie de reformas adecuadas al paso del tiempo. De suyo, no existe la misma presión de hace cuarenta años, si bien existen (y empleo el mismo verbo) tentaciones de fractura más insistentes que entonces. Monarquía en su herencia. Ya dijimos que alguna cuestión autonómica en su praxis. Puede que insistir en la igualdad entre hombre y mujer de manera inteligente. Ese matiz religioso positivo. Y me atrevo a sugerir el añadido tan comentado en socioeconomía, relativo a los deberes y derechos de los españoles en un mundo rabiosamente liberalizado. Siempre aferrar nuestra pertenencia a Europa, nuestra solidaridad con los más descartados y sin que haya la menor duda, un texto que evidencia nuestra pertenencia a una sola nación, lo que no impide en absoluto el hecho autonómico y peculiar.

Legados aquí, me permito matizar al poeta: "déjala estar, así es la rosa" ? pero cultivarla más y mejor, sí. Y cultivar, en ocasiones, es podar y sulfatar.

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