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Joaquín Rábago

360 grados

Joaquín Rábago

El saudí se pone el mundo por montera

El heredero del trono saudí y presunto inductor del asesinato del periodista Jamal Kashoggi se ha puesto el mundo por montera con su decisión de acudir personalmente a la cumbre bonaerense del G20.

El príncipe Mohammed bin Salman sabe que nada puede pasarle allí, que la justicia internacional no actuará contra él como quiere Human Rights Watch, entre otras cosas porque al fin y al cabo no es un apestado como cualquier tiranuelo africano. Motivos suficientes habría, sin embargo, para ello, y no sólo por aquel truculento asesinato en sede diplomática, sino también por la guerra del Yemen, donde Arabia Saudí lidera una campaña de exterminio de la población civil.

La fiscalía del Estado argentina ha pedido a los jueces federales del país que soliciten información tanto al Yemen como a Turquía y la propia Arabia Saudí antes de decidir si es competente. Pero en los tres días que dura la cumbre no es de esperar que ocurra nada: Mohammed bin Salman se sabe totalmente a salvo gracias a la inmunidad diplomática de la que gozan los jefes de Estado.

Si en 1998, el ex dictador chileno Augusto Pinochet fue detenido en Londres por orden del juez español Baltasar Garzón fue porque había viajado a Gran Bretaña en plan privado. Ya sabemos además qué pasó luego con la solicitud de extradición presentada por España. Y es que a sus 33 años, el conocido por las siglas MbS es no sólo el heredero del trono que ocupa el rey Salmán bin Abdulaziz, sino que está además en misión oficial en esa cumbre.

Y a la capital argentina llegó esta semana en plan príncipe del desierto con su ghutra y su séquito, para ser luego escoltado entre fuertes medidas de seguridad hasta la embajada saudí, convertida en un auténtico búnker.

MbS sabe mejor que nadie el poder de los petrodólares, que permiten a su gobierno corrupto y opresor comprar armamento y voluntades en un Occidente que ha demostrado tener en todo momento una doble vara de medir frente a los déspotas. Y un déspota sanguinario ha demostrado ser el que los medios de comunicación occidentales calificaban hasta hace poco de audaz reformista sólo porque dejó que abrieran los cines y por primera vez condujeran en su país las mujeres.

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