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La ruta de Pla

Nos costó un rato largo encontrar la llave que nos permitiría el acceso al cementerio de Llofriu, donde está enterrado Josep Pla. Llovía a cántaros, y no dejó de hacerlo durante todo ese fin de semana. Tras una serie de averiguaciones y visitas a casas adyacentes, nos hicieron saber que la llave estaba colgada de un clavo a la entrada de un taller de carpintería. La llave era de gran tamaño. Con la enorme llave en nuestro poder y bajo nuestros respectivos paraguas, pudimos al fin abrir la cancela del minúsculo cementerio. Dirigimos nuestros pasos hacia el lugar de descanso del escritor ampurdanés. Todos éramos conscientes de que si el mismo Pla nos hubiera visto de aquella guisa, hubiera pronunciado lo siguiente: "collonades." Aun así, e influidos por sus más que probables comentarios sarcásticos, dejamos apoyado un bolígrafo contra el nicho. Un discreto homenaje a tan inmenso grafómano. Lindando con el cementerio se intuía la presencia de una pocilga a juzgar por el tremendo olor porcino.

Seguimos la ruta y nos acercamos al Mas Pla, su lugar de residencia que, dicho sea de paso, se encuentra en perfectas condiciones. Olía a guiso y la chimenea estaba encendida. Discretamente, nos fuimos. Sin duda, la casa estaba habitada. Volvimos al coche y nos dirigimos a Palafrugell. En la casa museo, volvimos a ver la magnífica entrevista que Joaquín Soler Serrano le hace a Pla en el no menos memorable programa A fondo. Una extensa y jugosísima conversación en una época en que la televisión también parecía disponer de un tiempo casi ilimitado en el tratamiento de cualquier tema.

El nuestro era, en principio, un viaje que iba a ser una caminata, pero debido a la intensa lluvia acabó siendo un recorrido en coche, escuchando a Brassens, Celentano y Paolo Conte. Ya saben, esa intimidad que otorgan esos largos viajes en automóvil, y más si la climatología es adversa. El coche como cápsula móvil en el que uno conversa, mira largamente por la ventana, calla o se deja llevar y mecer por la lluvia persistente. Con esos mismos queridos amigos hicimos hace unos meses otra ruta, ésta mucho más intensa, exigente y, si me permiten, emotiva: la que realizó Walter Benjamin.

Pero a lo que íbamos. Para rematar la ruta de Pla, convinimos en ir a cenar al Motel Empordà, a las afueras de Figueres, allí donde el escritor a menudo se paraba a cenar y, si la cena, los whiskeys y la charla se alargaban, también a dormir. Siempre se sentaba en la misma mesa, estratégicamente situada, pues de este modo podía con una simple ojeada detectar quién entraba. Jaume Subirós, al frente de los fogones, se acercó, y al escuchar nuestra conversación, que versaba sobre asuntos planianos, se animó a contarnos una batería de anécdotas de Pla. De hecho, lo fue a visitar dos días antes de que el escritor muriera, un día tan señalado como un 23 de abri. Todos estaban preocupados y algo mohínos, ya que Pla no probaba bocado. Sin embargo, accedió a probar el caldo que le ofrecían y, en el acto, supo quién lo había cocinado: Lola. Ambos se abrazaron y lloraron por el caldo, por la vida, que ya se le iba. Al whisky, invitó la casa.

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