Las tareas están perfectamente repartidas en el hacendoso Pacto de Progreso. El PSOE se reserva la acción, Podemos la contemplación y Més la contrición. Al igual que sucede en cualquier Govern de coalición, no siempre es fácil aclarar a qué partido le alcanza la responsabilidad de los escándalos inevitables en toda gestión pública. Ahora bien, cuando se informa de que una crisis cualquiera se ha saldado con víctimas, corresponderán con certeza a los ecosoberanistas.
Més se había acostumbrado a pagar todas las facturas del Pacto. Ha sacrificado a un vicepresidente por un viaje caribeño, ha descabezado a dos conselleras de Cultura, ha descolgado a una recua de directores generales y cargos intermedios, interrumpió el nombramiento de la esposa de un diputado mientras el PSOE elevaba a la primera pareja completa al frente de una conselleria. Més ha asumido los códigos éticos de los partidos del vecindario y, cuando el escándalo correspondía a otros, los antiguos pesemeros defendían a ciegas comportamientos de los que ni siquiera estaban informados. Ningún partido es inocente, pero los ecosoberanistas han aceptado el papel de único culpable. Frente a este apego a la punición, los socialistas son eternamente irresponsables, seguros de no haber cometido ni un error en la legislatura entera.
Se observan algunos cambios en esta pésima estrategia. Més exige de repente que el PSOE aclare si el espectral REB que pasea es el Régimen difunto de Matas, el cadavérico de Bauzá, el exangüe de Montoro, el enterrado por Montero o un nuevo engendro disecado ahora por Sánchez. El portavoz Josep Ferrà acuña a raíz de los sucesivos fiascos económicos, coronados por el 75 por ciento, que están con el Govern pero no con el Gobierno. El criterio más perezoso atribuye este comportamiento a electoralismo, pero es más eficaz remitirse a la elemental supervivencia.
