No conozco a ninguna persona que haya tenido un encontronazo con la CNMV. Las personas que conozco tampoco conocen a nadie que haya sufrido condena singularizada de la CNMV. Reto a los valientes periodistas callejeros a que salgan a buscar a españoles que desentrañen de corrido las siglas CNMV en Comisión Nacional del Mercado de Valores. La CNMV es una entelequia, con un accidentado historial de sordidez a sus espaldas. No solo no sabemos a qué se dedica, preferimos no saberlo. Por tanto, era evidente que el Gobierno marciano de Pedro Sánchez contendría un ministro multado con aparato por tan proceloso organismo.
De dónde salen estos ministros. La única duda sobre la dimisión de Borrell consiste en dirimir si la salida del Gobierno se asienta en la multa de 30 mil euros de la CNMV "por infracción muy grave", o si el mero hecho de mantener contacto de cualquier tipo con la CNMV ya ofrece argumento suficiente para la expulsión de la cancillería. Aprovecharse de la información privilegiada como consejero de una empresa para desprenderse de acciones dos días antes de la quiebra de la compañía, es el mayor insulto imaginable a los inversores de a pie. Tramposo y pomposo, qué engaños no idearía el superdotado ministro de Exteriores para los accionistas de España, S.A.
En el escalafón de ministros de Sánchez dimitidos, Borrell se sitúa varios escalones por encima en ofensa a los contribuyentes de Màxim Huerta, el protomártir asado en la parrilla pese a no tener causas pendientes con ninguna entidad de la torturada trayectoria de la CNMV. Sería menos pacífica la asignación de la primera plaza al titular de Exteriores o a Carmen Montón, la del máster tuneado. Por supuesto, Ciudadanos perdona a su ministro, por los servicios rendidos. El amor pleno a la patria exime del cumplimiento de sus leyes económicas. Eso queda para los rebeldes.
