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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Añoranza de la escoba

Los comerciantes del Borne escenificaron hace unos días su descontento con el nivel de limpieza del centro de la ciudad barriendo a mano el suelo, algo que ya no estila en Palma

La escoba es un artefacto en vías de extinción en una ciudad avanzada como Palma. En esta capital que copa las búsquedas de las webs de alquiler vacacional, una escoba viene a representar el trabuco del Algarrobo, que en paz descanse. Las escobas ya no se estilan en Palma, qué ordinariez y qué antigualla. Las escobas tienen un punto de excelencia en los resultados que se esperan de ellas muy demodé. Las últimas escobas de Emaya merecerían colocarse en el Museu de Mallorca, si este lugar fuera seguro para el patrimonio local, que no lo es. Con las cabinas telefónicas y los urinarios públicos. Una urbe con pocas papeleras, con pocos bancos, con un número muy elevado de árboles que se caen al primer vendaval y sin escobas, así se nos ha quedado Palma ahora que ya casi todo el mundo da la presente legislatura de Progreso por concluida, y se apresta a iniciar una precampaña encubierta antes de que Pedro Sánchez dé el susto definitivo y se sume a la fiesta. Las escobas han sido sustituidas por las barredoras, unos mamotretos que hacen mucho ruido y dan muy pocas nueces. Unos cacharros que pasan por encima de la basura sin recogerla, la aplastan como Godzilla a los incautos que le salían al paso, y ahí la dejan. Con un poco de mala suerte, el operario de la empresa municipal de limpieza Emaya que camina a su lado armado con un compresor de aire le atizará un viaje a una caca de perro reciente y la diseminará en un radio de metro y medio, para que después sea convenientemente aplastada por la barredora. Las hojas de árbol, los plásticos y los papeles entran por un lado y salen por el otro en estas máquinas de las que mejor apartarse a tiempo. A mí no me convence la limpieza postmoderna de Emaya, por muy cómoda que sea para quienes la practican. Palma no está más limpia con su higienización mecanizada y veloz. Muy por el contrario. Tal vez las calzadas sí, pero no las aceras, ni las plazas, ni los lugares que transitan los peatones. Algo no se está haciendo bien si a otras ciudades les funcionan las barredoras y a Palma no. Está sucia, lo dicen las encuestas, las asociaciones vecinales y la Defensora de la Ciudadanía. Y cada vez más sucia.

Por eso fue un susto y un subidón ver en la portada de este diario a personas escoba en mano hace una semana, limpiando la ciudad con esmero. ¿Quiénes eran esos seres vintage, que dejaban el suelo niquelado? No se trataba de empleados públicos, sino de empresarios del Borne y aledaños hartos de observar el deterioro de su entorno. Jardines sin flores, suciedad en el suelo y mobiliario urbano estropeado no pueden definir el centro histórico de una ciudad que vive de su imagen, protestaban contra la pasividad del Ayuntamiento, mientras retiraban porquería del suelo y sembraban flores de Navidad en los parterres vacíos. Lamentablemente, el happening de los comerciantes pudo servir para llamar la atención sobre un problema que ya se siente como intrínseco y enquistado, pero no lo resolverá a no ser que Emaya decida recapitular y darle otra oportunidad a las escobas. Tan simples, tan baratas, tan útiles.

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