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Antonio Papell

Gibraltar, fuera de la UE

El Peñón permanece en manos británicas en virtud de un anacrónico tratado de 1713 en el marco de la guerra de sucesión española

Los orígenes de la Unión Europea tras la Segunda Guerra Mundial son bien conocidos y arrancan de la invocación en 1946 de Winston Churchill a crear los "Estados Unidos de Europa". El Benelux, Francia, Italia y Alemania Occidental firmaron el Tratado de París en 1951, en un intento integrador que en 1957 se plasmó en los Tratados de Roma de los que emanaron la Comunidad Económica Europea (CEE) y Euratom. Como reacción y a modo de contrapeso de la Comunidad Económica Europea, el Reino Unido y otros seis países formaron la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA) en 1960, pero la pujanza de la CEE llevó a Londres a solicitar su ingreso a la Comunidad en 1961, designio al que se opuso radicalmente el general De Gaulle, presidente de Francia. Lo cierto es que hasta 1973, ya con De Gaulle fuera de la política, no se hizo la primera ampliación con Irlanda, Reino Unido y Dinamarca. España no ingresaría en la Comunidad Europea hasta 1986.

Lo cierto es que el Reino Unido se incorporó a Europa trece años antes que España y Londres por tanto tuvo que dar su visto bueno al ingreso de nuestro país en el club. Con lo cual, España, que había presionado durante la última etapa de la dictadura para recuperar la soberanía sobre la colonia británica de Gibraltar, tuvo que aceptar ciertas condiciones impuestas por el Reino Unido. A partir de 1985, Londres y Madrid iniciaron el llamado proceso de Bruselas en el que el Reino Unido se comprometía a hablar de todo, incluso de la soberanía, al tiempo que se normalizaban plenamente las comunicaciones terrestres con La Roca. Desde entonces, España ha mantenido permanentemente su histórica reivindicación sobre la colonia, que permanece en manos británicas en virtud de un anacrónico tratado de 1713 en el marco de la guerra de sucesión española, la misma de la que se deriva el histórico desentendimiento catalán.

Pues bien: si en 1986 España tuvo que hacer concesiones formales -no de fondo- ante Londres para ingresar en Europa, es lógico que ahora se le conceda la iniciativa sobre el problema cuando es el Reino Unido el que sale de la Unión Europea, de forma que Gibraltar será ya un país tercero. De ahí la protesta española ante el acuerdo de salida del Reino Unido, que no contemplaba el protagonismo, y a fin de cuentas la capacidad de veto, de España en las relaciones de la UE con el Reino Unido en el asunto de Gibraltar. De no haberse conseguido este reconocimiento, hubiera existido el riesgo de que la UE negociase y acordase con Londres cualquier asunto relacionado con Gibraltar ignorando la legítima y fundamentada reivindicación española sobre un territorio que, según la ONU, tiene estatus colonial (el comité de descolonización de las Naciones Unidas y la Asamblea General adoptaron las resoluciones 2231, de 1966, y 2353, de 1967, por las que se instaba al inicio de conversaciones entre España y el Reino Unido para poner fin a la situación "colonial" de Gibraltar, salvaguardando los intereses del pueblo gibraltareño).

Ante las dudas que podía suscitar la redacción del acuerdo, España ha exigido y ha logrado una "declaración interpretativa" conjunta del Consejo Europeo y de la Comisión Europea favorable a la posición española, que declara que la inclusión de Gibraltar en el periodo transitorio (art. 3 del acuerdo) no implica el reconocimiento de que el Peñón sea parte del Reino Unido (como podía desprenderse del artículo 184). Ese documento se complementa con una declaración británica que ratifica el enterado y el acuerdo con la interpretación europea.

Es una puerilidad que los partidos conservadores pongan en cuestión la validez de unas garantías diplomáticas que quizá hubieran debido amarrarse antes pero que son inobjetables, como reconocen todas las instancias comunitarias y toda la opinión jurídica española. De ahora en adelante, Gibraltar y España, que acaban de firmar también unos esperanzadores memorandos, tienen la obligación de entenderse y de cooperar para conseguir el desarrollo equilibrado de la región y hacer posible a largo plazo una convergencia histórica -la cosoberanía por ejemplo— que pacifique para siempre el viejo conflicto.

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