Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Congresers

Pienso en ocasiones que en el Congreso no tenemos diputados sino congresers. Me explicaré: en estos tiempos digitales, audiovisuales, virtuales y de gatillo fácil en lo verbal, ha aparecido una fauna cuya novedad consiste en adoptar un nombre en inglés y llevar sus preferencias, opiniones o gracietas particulares a las redes sociales; a los más listos hasta les pagan por ello. Pues bien, a youtubers e influencers les han salido unos competidores más listos todavía, porque tienen sueldo fijo y no precisamente el salario básico: los congresers. Estos seres invaden un ecosistema muy codiciado, el Congreso de los Diputados, donde encuentran un ambiente favorable: no tienen depredadores, pues quienes en otro entorno serían sus cazadores naturales -la prensa-, hechizados por el brillante plumaje de la especie advenediza, se limitan a dedicarles mucha atención, algo que se traduce en tiempo y, a la larga, en votos. Los congresers, en consecuencia, van cada vez más crecidos y proliferan con la alegría y el desparpajo de una célula cancerígena. Ya hay congreser que no precisará la tradicional puerta giratoria, porque tiene el futuro asegurado en el show business.

Siempre me ha parecido injusto esperar que un trabajador alcance en su tarea cotidiana un grado de excelsitud arcangélica. Para mí el docente debe ser un buen docente y no la mezcla de Teresa de Calcuta, Albert Einstein y Maluma que los jóvenes de Secundaria -y sus padres- desean a veces. El médico debe ser un buen médico y no Jesucristo, que resucitaba a los muertos, y el funcionario debe ser un funcionario eficaz, no el director de Hogwarts. Así, los diputados deben ser buenos diputados: eficaces en su gestión y honrados a carta cabal. Nada más y nada menos. Todo lo demás sobra, hastía, desencanta, avergüenza e indigna a quienes los han puesto en el lugar más elevado de la estructura democrática nacional. El chalaneo, los visajes, la chulería, los insultos, el sarcasmo, la grosería y los malos modos revelan su catadura moral y, además, degradan el cargo que ostentan. El compadreo de taberna y las tardes de fútbol a calzón quitado están muy bien en lo privado pero no sé si, como ciudadana, quiero poner el presente y el futuro de mi país en manos de una cuadrilla de amigotes que, terminado el rato de galleo, se van de copas juntos. O mejor dicho: sé que no quiero poner mi presente y mi futuro en sus manos.

La política no la hacen los ángeles, cierto, y los diputados son, sencillamente, el reflejo del país en que vivimos. Pero me gustaría pensar que si optan por el servicio a la comunidad, es para servirla mirando hacia arriba. La política es asunto serio, y de la caja de resonancia del Congreso de los Diputados surgen ondas que se expanden, amplificadas, por la sociedad entera y llegan a los que no practican la esgrima de salón, sino que capean cada día dificultades de las de verdad. Y el triste espectáculo de los congresers no les hace ninguna gracia. Para colmo, tenemos un pasado trágico que se gestó, en parte, en ese hemiciclo. No deberíamos olvidarlo.

Compartir el artículo

stats