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Matías Vallés

Rivera ofrenda su voto al PP

Ciudadanos ha vuelto a hacerlo, y al igual que en las generales de 2015, regala su apoyo a los populares andaluces antes incluso de que se inicie el recuento electoral

A lbert Rivera no vino a este mundo para sustituir al PP, solo para regañarle. Ejerce a la perfección el papel de subordinado con derecho a crítica, pero sin aspiraciones de protagonismo. De ahí que en las vísperas electorales recuerde con énfasis que rechaza la cabeza de cartel, y ofrende sus votos a los populares, sin preocuparle la evidencia de que se nutre de sufragios insatisfechos con la derecha tradicional. Este entreguismo preelectoral, sin condiciones ni precedentes, convierte a Ciudadanos en depositario del voto trampa. No hay salida para los conservadores. O no la había, antes de Vox.

Así ocurrió en las generales de 2015, cuando Rivera mermó sus opciones al avanzar el apoyo a Rajoy a diez días de los comicios. Ciudadanos ha vuelto a hacerlo, ahora en Andalucía. Ha regalado su apoyo a los populares, antes incluso de que se inicie el recuento. Sentenció su devoción con el diáfano "si hay un escaño más de cambio que de continuidad, habrá cambio". Y para el caso de que alguien albergara dudas, detalló que su enunciado no se modificaría si el escalafón de la derecha viniera encabezado por el PP. Solo le faltó añadir que deseaba que se mantuviera la jerarquía conservadora.

El frenesí de la política española, donde un presidente del Gobierno con los presupuestos recién aprobados cae al día siguiente a manos de un candidato que ni siquiera es diputado, propicia una distorsión al valorar a los partidos. Ciudadanos se beneficia especialmente de esta aberración óptica, según se demuestra planteando la cuestión elemental de qué formación sufrió una caída más acusada entre las elecciones inmediatas de 2015 y 2016. La intuición apunta a que el mayor daño comparativo corresponde al PSOE, tal vez a Podemos tras la fallida fusión de listas con Izquierda Unida.

Pues bien, el mayor desplome entre las dos últimas generales corresponde al jaleado Ciudadanos. De 40 diputados a 32, un batacazo estrepitoso del veinte por ciento en un partido en aparente despegue vertical. Los números desoladores, menos de la mitad de diputados que Podemos, no impiden que Rivera continúe dando lecciones de estrategia electoral. Como mínimo, el desplome que frustró la mayoría absoluta conjunta con el PP debería servirle al presidente naranja para replantearse el aplauso a ciegas a su vecino de la derecha. O de la izquierda, dada la ubicación zigzagueante de Ciudadanos.

La profesión de fe de Ciudadanos no parece rentable. Una vez que el segundo partido conservador se entrega al PP sin reciprocidad alguna, cae en las encuestas andaluzas, y germina la opción de Vox en la ultraderecha moderada (se anota esta expresión a sabiendas de que la censora Ana Pastor eliminaría del lenguaje político cualquier palabra distinta de "centro", con la posible exclusión de "centroderecha"). En algún momento del vigente ciclo electoral, un despistado examinará los números y concluirá que Rivera ha agotado su crédito personal, una amenaza que explica su patente nerviosismo.

También es posible que Rivera pretenda inmortalizarse afirmando con Nietzsche que "yo vivo de mi crédito", en el sentido de que lo alquila siempre al mismo inquilino por un precio no desmenuzado. Su devoción por Rajoy es conmovedora. Se quedó solo sustentándolo en la moción de censura, cuando hasta Coalición Canaria enmendó su voto ante el vuelco inevitable. Y fue asimismo el primer jefe de filas en reprochar al PSOE que la situación había empeorado, con respecto a la era de su admirable predecesor gallego.

Este retrato pecaría de más injusto todavía si no intercalara la condición de primer partido que Ciudadanos ostenta en Cataluña. Sin embargo, no parece excesivo afirmar que el mérito abrumador de este resultado insólito corresponde a Inés Arrimadas, que logró hilvanar una lista única del voto constitucionalista en torno a su persona, mientras neutralizaba a PP y PSC. La candidata al Parlament no solo estaba derrotando al independentismo en su liga más relevante, también le enseñaba a Rivera el camino que no sabe seguir en Andalucía ni en España. La aspirante catalana triplicó los datos de su jefe en el Congreso. Su hazaña no viene empañada por su esterilidad, ni por la deriva almodovariana de esta política.

Produce perplejidad que Casado y Rivera, los dos candidatos con peores perspectivas en Andalucía, se obsesionen con la inmediatez de las elecciones generales, que posterga el único partido que recibe noticias aceptables de los sondeos. Pareciera que los aspirantes en retroceso desean garantizar sus candidaturas, antes que defender los intereses de sus formaciones en retroceso. Entre ellos, Ciudadanos no tiene ninguna intención de gobernar, y mejor así.

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