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Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

El fantasma

Hay libros que crees acabar, cuando son ellos los que acaban contigo. Al cerrarlos, te cierran, como si fueras la última página de una novela y vuelven tranquilamente a la estantería. Tú no te das cuenta de que estás acabado porque las ilusiones ópticas cofunden la realidad. Así, las lecturas que yo creía que me iban haciendo, en realidad me han ido deshaciendo. Pero no debo de estar deshecho del todo porque aún me empeño en meterme en novelas cuyo olor a víscera me atrae. Digo "víscera" y salivo como si fuera la hora de comer. O de leer. Me pregunto cuál fue la última novela que leyó Saramago. O la que leyó Vázquez Montalbán. A todos los escritores se les pregunta por el primer libro que tuvieron entre sus manos, nunca por aquel con el que les gustaría morirse.

Acaba de salir una traducción nueva de La divina Comedia cuya sola mención despierta el apetito. ¿Qué tal un buen infarto después de haber releído a Dante? Bien, muy bien, gracias. Algunos libros deberían llevar en la contratapa un botón que hiciera desparecer al lector al apretarlo. Y debajo del botón la siguiente leyenda: "El lector de este libro se autodestruirá después de leerlo". En todo caso, con botón o sin él, cada volumen te hiere y el último te mata (como las horas). Esto sirve también para los libros que escribes: te dan la vida al tiempo de quitártela. Cada una de las líneas que salen de tu pluma te arregla el día, pero te acerca al abismo. Tal es la contradicción de los seres humanos: que todo, en ellos, conduce a su contrario: el amor al odio; la felicidad a la desdicha; el nacimiento a la muerte. Y no hemos hablado de los periódicos cuyas noticias, incluso las que mejor saben, se digieren peor que unas mollejas de cordero al ajillo. También los periódicos que creemos cerrar nos cierran a nosotros, nos clausuran. Nos dejan tirados en la barra del bar en el que acabamos de desayunar leyendo un sesudo análisis sobre la independencia del Poder Judicial. Creemos que salimos del bar, pero nuestro fantasma se queda allí unas horas mientras regresamos a casa. A veces dan las siete de la tarde y tienes que volver a por él. De paso, te tomas un gin tonic en la convicción de que lo consumes cuando también es el gin tonic el que te consume a ti. Luego te diriges a casa junto a tu fantasma preguntándote si eres tú el que se apoya en él o viceversa. Etcétera.

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