Es difícil averiguar qué piensa Podemos, o si utiliza dicha facultad con relativa frecuencia. Supongamos pues a efectos de este artículo que Salvador Aguilera, exiliado de dicho partido en el Parlament, se negara a sumarse al pronunciamiento unánime de la cámara contra la violencia de género porque "es una declaración de postureo". Solo en tal caso, cabe aplaudir hasta rabiar su denuncia de un gregarismo estéril. La repulsa por el asesinato de Sacramento Roca ha sido ejemplar y generalizada, sin necesidad de exteriorizarla en minutos de silencio que solo demuestran que los parlamentarios tienen demasiado tiempo libre.

Mientras los políticos se entretenían en muestras de afecto poco comprometedoras, algunos periodistas irreverentes indagaban en el dudoso comportamiento de las instituciones públicas por donde desfiló el calvario de Sacramento Roca antes de su asesinato. Ninguno de esos trámites permite a los gobernantes felicitarse de los famosos protocolos. Al contrario, la desastrosa experiencia previa en el asesinato de Lucia Patrascu demuestra que los procedimientos para quitarse a las futuras víctimas de encima funcionan mejor que los criterios para auxiliarlas. En el caso de la última asesinada, las pruebas que presentó ante la Policía eran cuando menos perturbadoras.

El minuto de silencio de los políticos oscila entre el "postureo" de Aguilera y la burla a la ciudadanía. La delegada del Gobierno necesita todos los minutos del mundo para haber aclarado ya si hubo algún fallo en el asesinato reciente. ¿O piensa endosar a los mallorquines otro informe como la vergonzosa pantomima de la Agencia Estatal de Meteorología, sobre los 13 muertos de la torrentada? Sacramento Roca está muerta después de haber dicho la verdad sobre el acoso que sufría. De haber exagerado un maltrato ficticio, hubiera recibido mejor atención del Estado. Toda una lección sobre el funcionamiento de ese país.